La cultura de lo inmediato: Juan Manuel Estribí Pérez



Hoy vivimos la cultura de lo inmediato. Muchos no escatiman en gastar, endeudarse y perder cosas, con tal de obtener un goce o estado de bienestar en el preciso instante, sin considerar la temporalidad de esto y, mucho menos, las necesidades futuras.

Ciertamente, el placer humano puede ser el resultado de la búsqueda natural del equilibrio corporal y anímico en la satisfacción de las necesidades biológicas y espirituales de todo individuo. Pero véase que el placer generado de esa búsqueda de equilibrio no representa un fin en sí mismo, sino más bien la consecuencia de actos humanos tendientes a su mantenimiento óptimo y saludable.

Es por ello que la búsqueda del placer por el placer se convierte en un acto banal y sin sentido, cuando se busca como medio y fin en sí mismo, y no con un sentido natural de aliviar la tensión biológica y espiritual del curso corriente de la vida.

Gran parte de estas conductas hedonistas son tan evidentes en países como el nuestro, donde muchas veces no hay conciencia de que las acciones que ejecutamos son una muestra del refrán “Pan para hoy, hambre para mañana”. Los chicos no ahorran, en los barrios marginales prefieren comprarse un equipo de sonido que limpiar y/o acondicionar la casa; en cuatro días, jóvenes y adultos tiran al precipicio dinero y dignidad; se acaban matrimonios y noviazgos estables por “calenturas”, sin mencionar el fruto humano, al que no le depara más que inestabilidad de parte de sus hacedores.

En este país vive gente extremamente endeudada, y no precisamente por pagar el agua, teléfono o los impuestos. Recuerdo que un señor me dijo alguna vez: “Vivo endeudado, pero feliz”. La frase suena romántica, si la analizamos desde la perspectiva de una persona que, a pesar de las adversidades de la vida, es optimista. Pero este no es el caso. Se trataba de alguien endeudado solo por obtener cosas que, evidentemente, no podía pagar y que es probable que ni necesitaba.

El problema no solo radica en el dinero. Esta cultura de lo inmediato encarcela la voluntad en la prisión de los deseos, siendo nosotros los verdugos, conformes con las cosas que nos causan placer. Esto nos impide trabajar y luchar por el logro de valores superiores a los que la sociedad presenta.

En definitiva, por más primitivo que sea el instinto, es también conforme a la naturaleza procurar el bien mayor, con independencia del tiempo, y siempre midiendo los posibles resultados en un examen de costos-beneficios, a corto, mediano y largo plazo.

No se trata de una visión utilitarista de todas nuestras conductas humanas, lo que tampoco se aleja mucho de la realidad si los impulsos se llevan sin control. Se trata, por el contrario, de un uso efectivo de la razón humana para la optimización controlada de lo que nos corresponde obrar en este mundo.

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