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Discurso de Cortizo

La Torre de Babel…

La Torre de Babel…
La Torre de Babel…

La Torre de Babel es una edificación mencionada en el Génesis de la Biblia, que intentaron construir Noé y siete integrantes de su familia que sobrevivieron al diluvio universal. Debía ser tan alta que llegara al cielo, para evitar ser víctimas de otro evento similar. Era una época en la que todo el mundo hablaba el mismo idioma, y entenderse y dialogar era la cosa más sencilla del mundo.

Ante semejante intento de llegar al cielo sin contar con el permiso del creador, Dios decide no aprobar tal proyecto, y para evitar su conclusión, decide que quienes la construían hablaran diferentes lenguas, no pudieran entenderse, y así abandonaran la construcción y se esparcieran por toda la Tierra. El relato está dirigido a explicar por qué los pueblos del mundo hablan diferentes lenguas.

El relato bíblico nos deja claro dos lecciones de vida: la primera, que si todos hablamos el mismo idioma y podemos entendernos, podemos llegar a donde quisiéramos; y la segunda, que si nos seguimos expresando en lenguajes diferentes, como hasta el presente lo hemos hecho, jamás llegaremos a lograr nada.

Y es eso lo que ha ocurrido en nuestro país. Debido a intereses personales, aspiraciones bastardas y motivaciones subalternas nunca hemos podido construir una edificación que sea comparable con esa Torre de Babel que, en nuestro caso, sería un verdadero Estado democrático, participativo, descentralizado, responsable, pluralista y de mandatos revocables, derecho y de justicia, que propugne valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político democrático.

Sin habernos percatado de ello, desde hace décadas estamos hablando lenguas e idiomas diferentes. Por eso se nos hace imposible entendernos para ponernos de acuerdo en nada que sea beneficioso para todos.

Y hemos llegado a tales extremos de incapacidad, que ahora resulta que a costa y gastos del patrimonio público, el gobierno pretende contratar un organismo internacional que es incapaz de comprender nuestra idiosincrasia, supuestamente para que nos haga entender que aquí en Panamá quien manda es Nito Cortizo, el PRD y los grupos económicos que se adueñaron de este país hace rato, y que si hay una reforma constitucional solo puede ser la que ellos propongan, no otra.

Y allí está el porqué de que el Ministerio Público no se entiende con el Órgano Judicial, y la mayoría de los imputados que no tienen donde caerse muertos, resultan más culpables que Caín del asesinato de Abel, mientras que los cocotudos, que cuentan con sinogramas con la imagen de Benjamín Franklin, resultan más inocentes que Abel y no culpables de haber roto un plato.

La misma falta de entendimiento priva siempre entre el Ejecutivo y la Asamblea Nacional, y de la Corte, entre sí y entre quienes acuden a resolver sus problemas, no necesariamente a que se les imparta justicia.

No es la palabra el instrumento para entendernos hoy. Son los nuevos sinogramas o jeroglíficos, que representan maletines llenos de dólares o euros, jamones, hojas de zinc, y otras cositas. Y quienes tienen la culpa de todo, porque alguien siempre tiene que responder, son los círculos cero, los ministros cancerberos y los alabarderos de siempre.

Que el Presidente nos diga hoy que encontró un país hipotecado y que las finanzas públicas estaban maquilladas y que todo era un desastre, eso lo sabíamos desde hace décadas, lo que muchos esperábamos escuchar, y yo entre todos, era que juez o magistrado que se perciba de corrupto, sería flagelado, apedreado y crucificado; que no se permitiría a nadie del gobierno viajar a costa del erario, a lo que fuera; que ni un centavo más a diputados, ni a ministros ni a servidores para ayuditas ni para comprar jamones, sean nacionales o extranjeros.

Que solo se designaría en cargos públicos a gente capaz y honesta, no a candidatos perdedores, y que el servicio exterior estaría integrado por diplomáticos de carrera, no por amigotes ni favorecedores de campaña. Que, en lugar de más policías en las calles, queríamos más delincuentes en las cárceles.

Pero no fue eso lo que oímos. Nos hablaron en un idioma y lenguaje diferente, porque como vimos, nunca construiremos una verdadera Torre de Babel y, a menos que ocurra un milagro, un diluvio, o fuego baje del cielo, todo seguirá igual hasta que la sangre llegue al río, la sangre en las venas de la muchedumbre suba de temperatura, o el gobierno se cure del ensimismamiento que padece.

El autor es abogado


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