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Políticas

Más populismo: menos democracia, menos libertad

En 1947, el intelectual americano Lionell Trilling advirtió lo siguiente, “Debemos percatarnos de los peligros que yacen en nuestros generosos deseos. Una vez hechos a nuestros congéneres el propósito de nuestro altruista interés, los haremos el objeto de nuestra lástima. Luego de nuestra sabiduría y por último de nuestra coerción”. El ciclo del populismo dadivoso, al populismo destructivo; nunca ha sido tan bien descrito.

¡El populismo está tristemente de moda! El bestiario político iberoamericano, de izquierdas y derechas, con dinero que debemos y deberemos, se ha volcado como apunta Trilling, a satisfacer nuestro altruismo, tratando a toda costa y costo, a erradicar la pobreza, la ignorancia, y la desigualdad.

Pero la receta, ya no son programas temporales de ayuda, ni subsidios focalizados, sino un torrente permanente de recursos, apelando más a conflictos sociales y a la politiquería, que a verdaderos incentivos para la superación del individuo. Lejos de estar manejados por operadores idóneos y con criterios racionales, todos los subsidios han ido cayendo en una confusa maraña de demagogia y corrupción, en que se malgasta casi todo.

Pero en esta evolución, lo peor no es el malgasto. Es el creciente convencimiento, que esta redención temporal y alquilada, es la única salida posible a la pobreza y al desamparo. Y así, los más necesitados, además de ser nuestro trofeo de redención social, también son el estandarte de nuestra visión mesiánica, y el de nuestra suprema inteligencia. ¡Ahora, somos los dueños de la verdad y la de los pobres!

Y a este pináculo de arrogancia se llega, en un proceso paulatino de destrucción o negación de conocimiento (y de ciencia), de valores democráticos (todo se vale) y no menos importante, destrucción de neuronas. Ahora, al revés de lo que cantó Serrat, preferimos prohibir, congelar, limitar o intervenir el modo de vida que voluntaria y pacíficamente, llevamos democráticamente, con garantías y derechos, pesos y contrapesos.

¡Hemos pasado del buen funcionario, al buen revolucionario! Y de allí, sin darnos cuenta, nos convertimos en el Gran Hermano, cuando pretendemos hacer del mundo, el objeto de nuestras ideas y de nuestra coacción.

Me he permitido estos párrafos abstractos porque empezamos a ver mucho de este proceso populista en el país. Estamos yendo de la dádiva, a la arrogancia y a los intentos de coerción sin que nadie diga nada. Esos procesos nunca acaban bien para la democracia. Y la historia reciente provee dolorosos ejemplos alrededor nuestro. Lo mas infausto de esta “revolución” es que la acaban pagando la clase media y los más pobres en ese orden.

Pero la clase media y la clase profesional deben tomar conciencia de los peligros de este populismo sin garantías ni derechos. Debemos actuar para impedirlo. Además, tenemos la obligación de trabajar en pro de sacar adelante a los más necesitados. Exigir educación, fomentar la igualdad hacia arriba, y la difícil tarea de devolverles su dignidad, no con regalos o botellas políticas, sino con oportunidades de trabajo y crecimiento personal.

El populismo, destruye tus derechos y tu libertad. Somos víctimas de la coerción endulzada del demagogo anti democrático. El populismo te vuelve un adicto de la dádiva. Como expresa Gloria Álvarez, el populismo te rompe las piernas y cuando no puedes caminar, te da muletas a cambio de tu sumisión. Incluso lo aplaudes y lo agradeces.

El autor es director de la Fundación Libertad

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