Desde muy joven, mientras cursaba estudios primarios en la región de origen de mi padre, La Chorrera, escuchaba algunos comentarios sobre tal o cual persona "honorable", entiéndase como tal, individuos especiales que se distinguían del conglomerado social, por su rectitud, honestidad, cultura, sapiencia; es decir, modelos a imitar, si es que se pretendía sobresalir del montón y ser reconocido como un ejemplo de orgullo patrio y familiar.
Siempre entendí que ser "honorable" no era tarea sencilla, razón por la cual se trataba de un grupo élite, muy reducido y envidiado por la gran mayoría de personas que no podían pagar el precio que exige la membresía a tan exclusivo club.
Su comité de afiliación es tan estricto, tan apegado a la más severa regla de verdadera honestidad que un porcentaje muy reducido de los aspirantes logra aprobar con éxito el examen moral de ingreso.
Quizás, esta percepción arraigada en mí por tantos años, sea la razón de mi incertidumbre, al observar, desde hace algunos años, que a ciertos cargos públicos le anteponen el título de HD o HM.
Los HD son los "honorable diputados" y los HM los "honorables magistrados".
Quizás necesite que alguna persona sensata, que posiblemente haya superado mi percepción del significado de la palabra "honorable", me explique, en palabras sencillas, dónde y cuándo me quedé estancado o suspendido en el tiempo, de manera que, entienda, sin ningún tipo de trauma, que los verdaderos "honorables" desaparecieron o, por lo menos, que el comité de afiliación al exclusivo "club de los honorables", cambió drásticamente de reglas.
Si eso fuera así, creo que aceptaría como buena la decisión globalizada de relajar las estrictas reglas de admisión y facilitar el ingreso de nuevos miembros cada cinco años, con el único requisito de ingreso al club de salir electo diputado, o ser nombrado magistrado... lo "honorable" viene por añadidura.