De volver a creer y otros traumas de la afición local: Ariel Moreno



Goles son amores, eso suele decirse en el mundillo del fútbol. Pero para quienes nos gusta el balompié, el mismo deporte con o sin goles es ya una relación idílica.

Uno se enamora de un equipo, por cualquier razón, y disfruta las victorias, sufre las derrotas. En el caso de los panameños, nos ha tocado padecer mucho, y seguido, cada vez que la esquina superior izquierda de la pantalla marca los 85 minutos empezamos a angustiarnos, a conjurar fantasmas, a recordar cuántas veces los ticos, los gringos, los mexicanos o el equipo de turno nos ha hecho aterrizar de golpe en la realidad. Obvio que a nuestro fútbol le falta, que la liga es mala, que somos mediocres, que lo nuestro es el béisbol, etcétera y cual amantes despechados hablamos mal de quien nos ilusionó y luego nos quebró el corazón.

Por eso lo que hizo la selección Sub-20 en su partido de debut ante la laureada selección argentina viene siendo algo así como un poema de amor, una promesa de reconciliación hacia una afición cansada de jugar como nunca y perder como siempre, de ilusionarse como nunca y estrellarse como siempre. Por supuesto habrá reticentes a creer de nuevo, quienes hablarán de un “golpe de suerte” y nada más.

Aun así lo he escuchado en los corrillos, leído en las redes sociales, me lo han comentado por WhatsApp, gente que antes o después del fatídico 15 de octubre se volvió antifútbol y maldijo el día que pisó el Rommel Fernández, esa gente está volviendo a enamorarse. Con la actuación de esos muchachos que corrieron en la cancha 90 minutos, que hicieron lucir pálida a la favorita para salir campeona, que nos recordaron que el partido acaba solo cuando el árbitro pita y no cuando nos sentimos ganadores o perdedores, esos muchachos están reconquistando a todo un país con una herida aún sangrante y les está haciendo creer que quizás, después de todo, Panamá tenga algo que hacer en el fútbol.

Estos guerreros dirigidos con maestría por un argentino con corazón panameño nos hicieron recordar por qué nos gusta el fútbol, por qué nos dolió tanto aquella derrota, por qué tantos panameños se apuran a decir que apoyan a otros países y que el fútbol local les da igual. No, no es que no los queramos, es que los apreciamos tanto, que ansiamos verlos ganar siempre, que tengan brillo, es que los amamos tanto que nos da miedo ilusionarnos una vez más.

Preferimos fingir indiferencia. Gracias Sub-20 por ese poema de juego que hizo que cualquier panameño que se desvelara por verlos jugar se fuera a dormir con una sonrisa en los labios y una ilusión en el corazón.

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