La élite de los trabajadores de traje y corbata ya no tendrá derecho a ser pagada por sus horas extras en Japón, una reforma que inquieta en un país donde la adicción al trabajo puede conducir hasta la muerte.
Ser un “trabajólico” casi le cuesta la vida a Teruyuki Yamashita. Agotado tras acumular viajes de negocios al extranjero y después de varias noches en blanco, este exjefe de ventas terminó hace seis años en un hospital, víctima de una hemorragia meníngea. Yamashita, de 53 años, sobrevivió, pero se quedó ciego.
Igual que este ejecutivo, muchos trabajadores japoneses aceptan sobrecargarse de trabajo en detrimento de su familia o de su salud, una situación que produce cada año varias muertes por ictus, crisis cardíacas o suicidios. Este fenómeno está tan extendido en Japón que se le da un nombre, karoshi (literalmente “muerte por exceso de trabajo”) y es reconocido como una enfermedad.
Sin embargo, el mes pasado el Gobierno aprobó una reforma que autoriza suprimir el pago de horas extras para que los trabajadores no pasen tanto tiempo en las oficinas y así mejorar la productividad en Japón , sin necesidad de eternizarse en la oficina.
