Recreación de una vida

Recreación de una vida
Recreación de una vida

El primer contacto del guatemalteco Oswaldo Salazar con la obra de su compatriota Miguel Ángel Asturias (1899-1974) fue la lectura de fragmentos que su abuelo y su padre hacían de la novela El señor presidente cuando él era un niño.

“Leían y comentaban sobre la ciudad, sobre los personajes y sobre las historias que tejen esa gran novela. Mi impresión fue, y sigue siendo, la de una obra que, por encima de todo, es poética. La poética de la nostalgia”, resalta Salazar, quien acaba de publicar la novela Hombres de papel (Alfaguara), una indagación desde la ficción sobre el Premio Nobel de Literatura de 1967.

Salazar, académico de la lengua y profesor visitante en Cambridge University, reitera su admiración por piezas narrativas como El señor presidente (1946) y Hombre de maíz (1949), por “la capacidad de creación poética de Asturias. La poética de una Guatemala recordada en un exilio voluntario en París, y la poética mitológica del mundo maya. Ambas son cumbres de la creación literaria. Y entre ambas se definen las culturas que se encontraron en Mesoamérica hace cinco siglos”.

Califica a Asturias como un escritor completo porque se expresó desde la novela, la poesía, el ensayo y el teatro. “En literatura, como en filosofía, hay quienes aspiran al sistema y hay quienes se limitan al cultivo de un aspecto de su disciplina. Asturias hizo aportes valiosísimos en todos estos territorios literarios”.

Ahora bien, más allá de su capacidad lingüística, “Asturias representa también a una generación de escritores hispanoamericanos que vivieron tiempos muy interesantes: así como se sentían deudores del modernismo y la generación española de 1998, así también fueron contemporáneos de la generación de 1927 y de esa gran generación que incluyó nombres como Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Rogelio Sinán”.

Aunque el novelista ha opacado al Asturias que ejerció otros géneros literarios, a Salazar le parece interesante “descubrir al poeta en el cuento, en la novela, descubrir sus ideas literarias o sociales en las novelas testimoniales”.

Admite que Hombres de maíz es mucho más conocido que su colección de poemas Sien de Alondra (1949), aunque “el lenguaje poético es el mismo. No hay vacíos en ese universo lingüístico que creó. En Asturias, haciendo una transposición de la filosofía, podría decirse que aplica el Principio de Continuidad”.

Osvaldo Salazar asegura que “cualquier crítico que tenga un horizonte sólido del desarrollo de la literatura hispanoamericana durante los últimos 200 años tendrá que encontrar un lugar para Miguel Ángel Asturias”.

Aunque le preocupa que el desarrollo y fama del boom de la literatura latinoamericana entre 1960 y 1970, “Asturias y algunos de sus contemporáneos pasaron a un segundo plano. No es sino hasta en el siglo XXI, en la medida en que declina la influencia y fuerza del boom, que empezamos a disponernos a una nueva lectura, más madura, de su obra”.

Oswaldo Salazar descubrió fuera de Guatemala, y con la ayuda de las obras de Miguel Ángel Asturias, que este autor tenía el potencial de un personaje para su novela Hombres de papel, un hallazgo que, además, le colaboró a darle un significado vivencial sobre ser guatemalteco y latinoamericano.

“Explorar el proceso genético de un discurso estético ha tenido siempre, para mí, un gran interés. Desocultar, sin proponérmelo teórica o racionalmente, cuáles fueron las condiciones que hicieron posible la génesis de una obra que sirve de referencia para una cultura local y, por qué no, también continental, fue una motivación muy importante”, señala Salazar, responsable de libros como Por el lado oscuro y la Historia moderna de la etnicidad.

Para enfrentarse a Hombres de papel volvió a leer las obras señeras de Asturias. Después reunió“lo que ha dicho la crítica, dentro y fuera de Guatemala, sobre su aporte literario. Y conocer hasta donde es posible por limitaciones de tiempo y generacionales, lo que dice la ‘tradición oral’ sobre Asturias el escritor y el hombre”.

“El desarrollo, hasta cierto punto azaroso, de la escritura, me fue sugiriendo los temas y los lugares específicos de esos temas”, dice. Su novela muestra al Asturias hijo, en cuanto a su tensa relación con su padre, y cómo el pasado del padre marca al escritor, así como su peculiar relación con su madre. “Mencionar al padre y a la madre a lo largo de tres generaciones implica que estamos inscritos en el territorio edípico y freudiano”.

Le interesaba explorar en su libro la condición humana, y “las estructuras de autoridad que están presentes en toda familia. La Guatemala de inicios del siglo XX y todavía hoy en buena medida, es una sociedad muy conservadora. Se le da gran valor a las jerarquías, al deseo paterno, como diría Jacques Lacan. Eso lo sabe cualquier guatemalteco y, por extensión, todo latinoamericano”.

DISTANCIA

Asturias comentaba que deseaba “sacar del letargo” a Guatemala y “ponerlo en la vía del progreso”.

Preguntado Salazar por cómo va hoy Guatemala en ese proceso de lograr el progreso, respondió que el “progreso es una noción muy típica del racionalismo del siglo XIX con respecto a la cual yo tomo la distancia que otorga la filosofía de la diferencia y la interpretación. Cada quien es hijo de su tiempo, y es comprensible que él, como alguien que nació con el siglo XX, haya compartido algunos de los ideales racionales que todavía sobrevivieron durante la primera mitad de ese siglo”.

En Hombres de papel, Asturias habla en 1925 que la “consigna del intelectual moderno es la revolución”.

Consultado sobre cuál piensa que es la consigna del intelectual latinoamericano ahora, contestó que “vivimos tiempos postideológicos. El compromiso ya no podemos verlo en la misma perspectiva del pasado. El escritor debería funcionar como alguien que, desde la creación estética, cuestiona el valor de lo que en filosofía llamamos ‘los significantes madres’, es decir, todas aquellas convicciones que representan lo establecido, esos puentes que buscan conectar a los individuos reales con ideas de lo que es ‘el hombre’ por naturaleza o por esencia. A diferencia del pasado, el lector debería buscar en el escritor no a alguien que tiene respuestas para las crisis y los cuestionamientos de un mundo que se derrumba, sino como alguien, como diría Sócrates, que sabe que no sabe, y habla desde ese territorio ignoto que es lo real”.

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