Los encuentros con Santiago



Santiago Roncagliolo compartió parte de su infancia con hijos de exiliados de Centroamérica, Uruguay, Argentina y Chile. Él y su familia radicaron en México debido a la persecución del gobierno militar de Morales Bermúdez. Escuchaba la palabra revolución regularmente. Y en su cabeza de niño, se vio haciendo la revolución. Después regresó al Perú y se encontró con la otra cara de las revoluciones, una cara no tan romántica.

Conocí a Santiago Roncagliolo en 2007, cuando se nos convocó para integrar una selección de los más representativos escritores jóvenes de Latinoamérica, Bogotá 39. El hotel en que nos hospedamos era pequeño y había sido elegido así intencionalmente, para que nos cruzáramos en los pasillos y todos nos conociéramos. Aquellos con larga trayectoria se topaban incluso con los que tenían mucho menos camino andado. Con Santiago intercambiamos palabras, compartimos trasnoches e incluso posamos juntos para una fotografía que imitó al cuadro “La última cena” de Leonardo Da Vinci. Fue líder en estos convivios. Me impresionó su afabilidad y energía. Después supe que había ido a Panamá en 2006 durante la gira del Premio Alfaguara, el cual ganó con Abril rojo. Tenía, pues, una opinión del país que en esta entrevista confirma. Yo veo la realidad desde otra mirilla.

En 2010 y 2011 volví a encontrármelo en la Feria del Libro de Guadalajara. Durante los últimos meses de 2012 lo vi en Chile y Miami. Yo había ido para sumarme a diálogos que las ferias mantenían entre escritores y pocas veces para promover algún libro. Él siempre tenía algo nuevo que mostrar. Es un trabajador incansable.

UN BUEN TRABAJO

A los 25 años se fue a España y, después de realizar todo tipo de trabajos, se convirtió en escritor. Es de esperarse que tenga una definición rotunda de lo que es este oficio. Asegura que es un buen trabajo. No tienes jefe ni horario ni uniforme. Trabajas con tu imaginación y tus emociones. Y en mi caso, dice, no sé hacer nada más.

Le pregunté si al mirar en retrospectiva dedicaba especial cariño a Abril rojo. Esto fue lo que me contestó: “Yo me considero un narrador de historias. Siempre estoy experimentando con nuevos estilos, géneros y escenarios. Y quiero a cada libro como si fuese el único. El éxito de Abril rojo fue halagador y espectacular, pero no me ha impedido seguir probando cosas nuevas”.

Para él, no hay retos ante la literatura latinoamericana.

Sobre su libro El amante uruguayo (2012), que nació de una acuciosa investigación del paradero del cadáver de Federico García Lorca, dijo: “No es una novela. Es una historia real. Solo que es mucho mejor que cualquier cosa que yo pueda inventar. Trata sobre un escritor que se colaba en la vida de los famosos como Picasso, Chaplin y García Lorca, y compartía con ellos amores, misterios y secretos. Era un camaleón que cambiaba de identidad a conveniencia: homosexual pero casado, millonario pero comunista, uruguayo pero argentino. Un personaje de novela, solo que todo lo que cuento es verdad”.

Dice que está escribiendo una comedia. A los escritores se nos toma demasiado en serio, opina. Cree que todo lo que escribe tiene mucho sentido del humor, pero hay gente que no se ha dado cuenta. Considera que con la comedia que está escribiendo se darán cuenta.

Y Panamá le encantó tal cual es. Le pareció un país divertido, cosa que no puede decir de muchos países. Coincido con él, salvo que a veces lo que otros perciben como divertido, es tragicómico para quienes habitamos esta franja de tierra.

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