Entre 200 y 500 dólares cuesta un esclavo. Generalmente joven, sirve para trabajar en talleres, en casas familiares o en barcos como cargador o ayudante. Si es mujer o niña será esclava sexual de alguien o será prostituida para que otro gane dinero. Esto no es una escena de alguna película ni el pasaje de un libro de historia. Ocurre hoy, en las costas de Libia.
La mayoría de los esclavos son muchachos que vienen de países como Níger o Guinea, que ya habían pagado miles de dolares para la peligrosa travesía a través del desierto del Sahara con la esperanza de cruzar el Mediterráneo hacia una nueva vida en Europa.
La ilusión se detiene pronto. En filas, como ganado, esperan a compradores. Ya su suerte estaba echada cuando contactaron a los contrabandistas de personas para que les facilitaran el viaje. Esta semana regresaron cientos a sus países de origen, repatriados gracias a la intervención de la Unión Europea y la Organización Internacional para las Migraciones (OMI) la Unión Africana espera también empezar a repatriar otros cientos, de cerca de 20 mil que se encuentran atrapados entre el caos de un país sin gobierno ni ley.
Esta historia salió a relucir en un reportaje de la cadena estadounidense CNN a mediados de noviembre de este 2017, pero la situación ya se conocía de meses, si no de años, por parte de los organismos internacionales y oenegés. En pleno siglo XXI se compra y se vende gente, en las más brutales condiciones.
Hoy, Naciones Unidas conmemora el Día de los Derechos Humanos porque el 10 de diciembre de 1948 se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El próximo año se celebrará el aniversario número 70 de este acontecimiento. La carta surgió tras el fin de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y aspiraba a ser un escudo moral y una guía de lo que el mundo jamás debería repetir. Y sin embargo, hoy, en las postrimerías de 2017, pasan cosas como las de Libia.
#Somalia: “While achieving the balance btw human rights & security is challenging, the respect of #humanrights & protection of civilians are essential as the foundation of a strong, legitimate State that works for the benefit of all its people” - #Zeid https://t.co/tNICROdIBw pic.twitter.com/mJvjvDD4Nm
O lo que ocurre en Myanmar, por ejemplo, toda una etnia afronta la expulsión, el confinamiento o el exterminio mientras el gobierno niega sistemáticamente lo que pasa o al menos lo minimiza. Se trata de los rohinya, musulmanes que habitan el estado norteño de Rakhine y que han sido calificados como el pueblo "más olvidado del planeta".
El gobierno los califica como "bengalíes" emigrados ilegalmente de Bangladesh, país que niega que sean sus ciudadanos. Se los ha perseguido durante décadas y no son considerados ciudadanos, porque tampoco tienen reconocimiento como grupo étnico. Tienen prohibido casarse o viajar sin permiso de las autoridades y no tienen derecho a poseer tierra ni propiedades.
Desde agosto pasado, más de de 600 mil huyeron del país tras una serie de ataques mortales a puestos policiales llevados a cabo por militantes rohingyas radicalizados por la desesperación, lo que desató una brutal ofensiva militar contra la etnia en el estado de Rakhine.
Según la ONU, lo que ocurre en el país "parece un ejemplo de libro de texto de limpieza étnica".
Lo irónico: que una antigua perseguida política por el régimen militar de Myanmar y hoy importante lider civil del gobierno, premio nobel de la paz como Aung San Suu Kyi reste gravedad a la situación de la minoría étnica, perseguida también por grupos budistas, la religión dominante en el país.
Entre tanto, la crisis de refugiados en Europa no cesa. La guerra Siria desplazó a millones de personas por todo el Oriente Próximo que agravaron ese escenario, mientras los países se culpan unos a otros y poco asumen en conjunto para encontrar una solución. La afluencia de personas desplazadas por las guerras agravó los brotes ultranacionalistas y xenófobos en Alemania o Europa del Este.
Mientras, el presidente estadounidense Donald Trump se ha tomado fotos junto al mandatario filipino Rodrigo Duterte, que ha ordenado sin tapujos matar a presuntos narcotraficantes en las calles del archipiélago sin demasiados miramientos con la ley y haciendo oídos sordos a los defensores de derechos humanos. Defensores que, por otra parte, están amenazados, cada vez más amenazados.
En su informe, Ataques letales pero prevenibles. Asesinatos y desapariciones forzadas de quienes defienden los derechos humanos, Amnistía Internacional (AI) revela el riesgo creciente al que se exponen los defensores y las defensoras de los derechos humanos: personas de todo tipo y condición que trabajan para promover y defender los derechos humanos.
Según la oenegé Front Line Defenders, solo en 2016, al menos 281 defensores y defensoras de los derechos humanos fueron asesinados en todo el mundo, cifra que casi se ha duplicado desde 2015 y que podría ser mucho mayor.
El panorama frustra. Pero a veces, acciones simbólicas pueden tener mucho alcance, aunque sus resultados tarden en verse.
Por ejemplo, cada diciembre, simpatizantes de Amnistía Internacional de todo el mundo envían millones de cartas y emprenden acciones en favor de personas cuyos derechos humanos son objeto de ataques. El año pasado se emprendieron al menos 4.6 millones de acciones, dice la organización.
Los familiares de un activista LGBTI asesinado a machetazos en Bangladesh, la hermana de un joven muerto a tiros por la policía jamaiquina, y 11 defensores y defensoras de los derechos humanos en Turquía, son algunas de las personas que recibirán cartas de apoyo, informa AI.
Puede parecer poco, pero esos pequeños esfuerzos mantienen viva la esperanza. Sobre esto, decía Eleanor Roosevelt, impulsora de la carta de los derechos humanos: "En definitiva, ¿dónde empiezan los derechos humanos universales? En pequeños lugares, cerca de casa; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa. [...] Si esos derechos no significan nada en estos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte. Sin una acción ciudadana coordinada para defenderlos en nuestro entorno, nuestra voluntad de progreso en el resto del mundo será en vano».