Durante la noche del 2 de septiembre, 80 años después de que llegara a su fin la Segunda Guerra Mundial, en Beijing, capital de la República Popular de China, se podía notar la seguridad desplegada para el desfile militar en conmemoración del “Día de la Victoria”.
No era un día cualquiera: China conmemoraba el fin de la Guerra de Resistencia contra la agresión japonesa, uno de los episodios más dolorosos y determinantes de su historia moderna.
Durante las semanas previas, la Plaza de Tiananmén, escenario de la conmemoración, ya estaba vestida de banderas rojas, decoraciones con flores, monumentos y gradas para el desfile.

Aún antes de que el sol se acomodara sobre el cielo despejado del 3 de septiembre, una parte del “axis central” de Beijing, donde reposa la imagen de Mao Zedong, teórico político chino que fundó la China que hoy conocemos, comenzaba a llenarse con los asistentes a la parada militar, que tenía varios controles de seguridad como si se tratase de un aeropuerto.
El desfile arrancó con la puntualidad que caracteriza a los actos oficiales chinos, con el retumbar de 80 cañones, que representan los años de la victoria.
Acto seguido, un coro entonó en la Plaza de Tiananmén cuatro canciones que parecían regresar a los años de la guerra. Entre ellas, “Defendiendo el Río Amarillo”, emblema de la resistencia china frente a la invasión japonesa.

Casi de inmediato, la bandera nacional fue izada, mientras las notas del himno nacional inundaba el corazón de la población china y brindaba una experiencia inigualable en los extranjeros y visitantes.
Desde lo más alto de la construcción que da acceso a la Ciudad Imperial, punto previo al ingreso a la Ciudad Prohibida en Beijing, apareció el presidente chino Xi Jinping, quien en su discurso a la nación y frente a más de 20 jefes de Estado —entre los que resaltaban— Vladímir Putin, presidente de Rusia, y Kim Jong-un, líder de Corea del Norte, rindió homenaje a los veteranos, soldados y patriotas que participaron en el conflicto, así como a los ciudadanos chinos en el país y en el extranjero que contribuyeron a la victoria.

De igual forma, expresó su agradecimiento a los gobiernos internacionales que apoyaron la resistencia.
El presidente destacó que la guerra de resistencia contra Japón fue “dura” y que el pueblo chino logró “la primera victoria completa en la lucha contra la invasión extranjera en la era moderna”.
Subrayó, además, que el esfuerzo de China fue clave dentro de la guerra mundial contra el fascismo, al realizar “enormes sacrificios nacionales para salvar la civilización humana y defender la paz mundial”.

Al referirse al presente, el mandatario advirtió que la humanidad enfrenta nuevamente elecciones trascendentales: “paz o guerra, diálogo o confrontación, ganancia mutua o suma cero”.
En ese sentido, aseguró que China se mantiene “del lado correcto de la historia y del progreso de la civilización humana”, y reiteró el compromiso de su país con el desarrollo pacífico y la construcción de “una comunidad de destino común para la humanidad”.
Tan solo siete minutos fueron suficientes para que Xi Jinping dejara claro su mensaje en una época donde las tensiones geopolíticas marcan nuevamente el rumbo del mundo y se embarcara en un carro para “pasar revista” a cada uno de los militares chinos.

Las tropas, alineadas con una precisión casi matemática, atravesaron la explanada con paso firme, mientras, detrás de ellos, los tanques avanzaban con un rugido metálico.
Misiles de corto y medio alcance, sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes, drones de combate furtivos, vehículos hipersónicos, misiles de crucero antibuque y el misil balístico intercontinental Dongfeng-5 provocaban sonidos de asombro entre los asistentes.
De la tierra se pasó a las alturas. En lo alto zumbaban los cazas en formación, dibujando un cielo de estruendo que parecía recordar que la paz, en este país, es siempre hija de la memoria.

El desfile culminó con una suelta de palomas y globos multicolores que se elevaron lentamente, en contraste con las miles de banderitas que se agitaban desde las gradas.
La conmemoración, sin duda, fue una logística que llevó preparación y esfuerzo, pero que, sobre todo, sirve como recordatorio de que la victoria no solo se mide en batallas ganadas, sino en la capacidad de un país de reconstruirse, de seguir en pie y de entender que la historia no es pasado: es una memoria que marcha.

