Jeremy Bowen - Editor de Asuntos Internacionales
Hace un año, la guerra que el presidente Bashar al Assad parecía haber ganado dio un giro inesperado.
Una fuerza rebelde había irrumpido desde Idlib, una provincia siria en la frontera con Turquía, y avanzaba hacia Damasco.
Dicha fuerza era liderada por un hombre conocido como Abu Mohammed al Jolani y su grupo miliciano, Hayat Tahrir al-Sham (HTS).
Pero ese era un nombre de guerra que evocaba las raíces de su familia en los Altos del Golán, las tierras altas del sur de Siria que Israel ocupó en 1967 y posteriormente anexó.
El verdadero nombre de aquel líder es Ahmed al Sharaa.
Hoy, un año después, Al Sharaa se ha convertido en presidente interino de Siria y Bashar al Assad vive en el exilio en Rusia.
Siria sigue en ruinas.
En todas las ciudades y aldeas que he visitado en los últimos diez días, la gente sobrevive en edificios destrozados por la guerra.
Pero, pese a todos los problemas de esta nueva Siria, se percibe una ligereza distinta: la ausencia del peso aplastante y cruel de la familia Al Assad.
A Ahmed al Sharaa, sin embargo, le ha resultado más fácil tratar con líderes en el extranjero que lidiar con sus problemas en casa.
Ha logrado convencer a Arabia Saudita y a Occidente de que él es la mejor apuesta para un futuro estable en Siria.
En mayo, el príncipe heredero saudita gestionó un breve encuentro entre Al Sharaa y el expresidente estadounidense Donald Trump.
Poco después, Trump lo describió como “joven, atractivo y duro”.
Un país dividido
Dentro de Siria, en cambio, la población conoce bien sus debilidades y los enormes desafíos que enfrenta el país.
La autoridad de Al Sharaa no se extiende al noreste —donde los kurdos mantienen el control— ni a zonas del sur, donde los drusos sirios, otra minoría religiosa, aspiran a crear un Estado separado con el apoyo de sus aliados israelíes.
En la costa, los alauitas —la secta de Al Assad— temen una repetición de las masacres que sufrieron en marzo.
Hace un año, los nuevos dueños de Damasco, como la mayoría de los rebeldes armados del país, eran islamistas sunitas.
Al Sharaa, su líder, tenía un largo historial de lucha como miembro de al-Qaeda en Irak, donde fue encarcelado por fuerzas estadounidenses, y más tarde se convirtió en uno de los comandantes de alto rango del grupo que terminaría transformándose en el autodenominado Estado Islámico (EI).

Con el tiempo, mientras construía su propio poder en Siria, rompió con ambos — con el EI y al-Qaeda— y acabó luchando contra ellos.
Quienes viajaron a Idlib para reunirse con él aseguran que Al Sharaa ha desarrollado posiciones mucho más pragmáticas, mejor adaptadas a la compleja diversidad religiosa del país.
Los sunitas son mayoría, pero conviven con kurdos, drusos y también con comunidades cristianas, muchas de las cuales aún encuentran difícil pasar por alto el pasado yihadista de Al Sharaa.
Imagen de un hombre que superó sus raíces yihadistas
En diciembre del año pasado, específicamente durante la primera semana del mes, era increíble la rapidez con la que avanzaba la ofensiva del grupo HTS.
Apenas necesitaron tres días para tomar Aleppo, una gran ciudad en el norte de Siria.
Lo sucedido contrastaba enormemente con lo que pasó entre 2012 y 2016, años en los que el ejército del régimen y las milicias rebeldes libraron una larga batalla por el control de la ciudad, que finalmente terminó en una victoria para Al Assad después de que el presidente ruso, Vladimir Putin, desplegara su fuerza aérea y artillería para añadir un poder de fuego decisivo a las tácticas implacables del régimen.
Cuando visité las antiguas zonas rebeldes en el este de Aleppo, pocas semanas después de que cayeran en manos del gobierno, amplios sectores estaban devastados por los bombardeos rusos.
Algunas calles seguían bloqueadas por montañas de escombros que llegaban hasta los balcones del primer piso de los edificios en ruinas.
Ya para finales de 2024, en todo el país, las tropas del gobierno se habían desvanecido.
Tanto los reclutas reacios como los leales al régimen abandonaron su disposición para luchar y morir por un sistema corrupto y cruel que los recompensaba con pobreza y opresión.
Pocos días después de que Al Assad huyera con su familia a Rusia, entrevisté al nuevo líder de Siria en el palacio presidencial.
El edificio se alza en lo alto de un cerro que domina Damasco, concebido como un recordatorio permanente para los habitantes de la ciudad del poder omnipresente de los Al Assad.
Para entonces, Al Jolani ya había dejado atrás ese nombre, junto con su uniforme de combate.

Al Sharaa se sentó en los gélidos salones del palacio sin calefacción con una elegante chaqueta, unos pantalones bien planchados y un par de zapatos negros impecables.
Me dijo que el país estaba exhausto por la guerra y que no representaba una amenaza ni para sus vecinos ni para Occidente, insistiendo en que gobernarían para todos los sirios.
Era un mensaje que muchos sirios y varios gobiernos extranjeros querían escuchar.
Israel lo desestimó de inmediato. Y los sectores yihadistas más radicales tacharon a Al Sharaa de traidor, acusándolo de vender su religión y su propia historia.
Yo había hecho la maleta a toda prisa para cubrir una guerra, sin imaginar que el régimen se desmoronaría tan rápido.
Mi ropa formal se había quedado en Londres. Tras la entrevista, uno de sus asesores se quejó de que debería haber usado traje para entrevistar a un líder nacional.
Su protesta era en realidad sobre algo más que mi vestimenta. Era la continuación de una larga campaña que había comenzado años antes, cuando Al Sharaa consolidaba su poder en Idlib. Una campaña destinada a presentarlo como un hombre que había dejado atrás sus raíces yihadistas para convertirse en un líder digno de toda Siria, alguien a quien el resto del mundo debía tomar en serio y tratar con respeto.
Estado Islámico se ha debilitado en Siria
Al Sharaa asumió el poder en medio de una gran incertidumbre: nadie sabía qué decisiones tomaría ni qué podrían hacerle sus enemigos.
Entre los temores más serios estaba la posibilidad de que extremistas de Estado Islámico -que aún operan en células durmientes- intentaran asesinarlo o provocar caos con atentados de gran escala en Damasco.
En redes sociales, los yihadistas arremeten contra la ofensiva de seducción que ha lanzado Al Sharaa en Occidente. Tras aceptar integrarse a la coalición liderada por Estados Unidos contra el Estado Islámico, voces prominentes en línea lo tacharon de apóstata, un musulmán que se ha vuelto contra su propia religión.
Para los extremistas, esto podría interpretarse como una licencia para matarlo.
La realidad es que EI en Siria está debilitado.

Sus ataques este año se han dirigido principalmente contra las fuerzas lideradas por los kurdos en el noreste.
Pero esto cambió en las últimas semanas, justo antes del aniversario de la caída del régimen de Al Assad.
Mientras las fuerzas de seguridad llevaban a cabo redadas contra células del EI, los yihadistas mataron a tres soldados y a dos antiguos agentes del régimen en ciudades bajo control gubernamental, según datos recopilados por el analista Charles Lister —uno de los principales expertos en Siria— y publicados en el boletín Syria Weekly.
Los canales afiliados al EI, monitoreados por la BBC, continúan diciéndoles a los sunitas sirios que Al Sharaa los ha traicionado.
Sin aportar ninguna prueba, han difundido afirmaciones de que Al Sharaa es un agente de Estados Unidos y Reino Unido, y trabaja para socavar el proyecto yihadista.
Ganando a Trump y a Occidente
El acercamiento de Ahmed al Sharaa a Occidente ha sido exitoso.
Apenas dos semanas después de asumir el poder en Siria, recibió a una delegación de altos diplomáticos estadounidenses. Inmediatamente, Washington retiró la recompensa de US$10 millones que ofrecía por su captura.
Desde entonces, las sanciones impuestas a la Siria de Al Assad se han reducido constantemente.
La más estricta, la Ley César, ha sido suspendida y podría ser derogada por el Congreso de Estados Unidos el año próximo.
Un hito importante se produjo en noviembre, cuando Al Sharaa se convirtió en el primer presidente sirio en visitar la Casa Blanca y reunirse con Donald Trump.
Fue recibido en la Oficina Oval de manera calurosa.
El presidente estadounidense roció a Al Sharaa con una colonia de la marca Trump, antes de regalarle un frasco para que se lo llevara a casa para su esposa, preguntándole en broma cuántas tenía.
“Una”, respondió Sharaa, mientras parpadeaba visiblemente afectado por la nube de fragancia que tenía encima.
Lejos de las bromas para las cámaras, tanto Arabia Saudita como los gobiernos occidentales ven a Al Sharaa como la mejor apuesta -la única- para estabilizar un país que se encuentra en pleno corazón de Medio Oriente.
Si Siria volviera a caer en una guerra civil, sería extremadamente difícil evitar una escalada de violencia en la región.
Un diplomático occidental de alto rango me dijo que las condiciones para que se desate una guerra civil aún existen.
Esto se debe a las cicatrices duraderas dejadas por medio siglo de dictadura y 14 años de una guerra que comenzó como un levantamiento contra el gobierno opresivo de los Al Assad y se convirtió en una lucha cada vez más sectaria.

Al Sharaa es un musulmán sunita, el mayor grupo religioso de Siria.
Su gobierno no controla todo el país. Durante el último año, no ha logrado persuadir ni obligar a los kurdos del noreste ni a los drusos del sur a aceptar la autoridad de Damasco.
En la costa, la comunidad alauita se encuentra nerviosa e inquieta.
Los alauitas son una secta originaria del chiismo, con su núcleo central en la costa mediterránea de Siria. Los Al Assad son alauitas.
El fundador del régimen, Hafez al Assad, padre de Bashar, cimentó su poder sobre la minoría alauita, que representaba alrededor del 10% de la población.
El simple hecho de oír el acento alauita, sobre todo cuando se trataba de un hombre uniformado -o peor aún, de un agente con la característica chaqueta de cuero de una de las agencias de inteligencia del régimen- solía poner nerviosos a otros sirios.
Siria no saldrá adelante si continúan las matanzas sectarias. El mayor desafío del gobierno es detener durante los próximos 12 meses los brotes de violencia más graves.
El ritmo lento de la justicia
Justo antes del aniversario de la caída de Bashar al Assad, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) expresó su profunda preocupación por la lentitud con que se imparte justicia en Siria.
“Aunque las autoridades provisionales han tomado medidas alentadoras para enfrentar las violaciones del pasado, estas acciones son solo el comienzo de lo que aún debe hacerse”, señaló un portavoz.
En el último año, algunos sirios han tomado la justicia en sus propias manos, a veces junto con las fuerzas del gobierno. El ACNUDH informó que, en ese tiempo, cientos de personas murieron a manos de las fuerzas de seguridad, grupos vinculados al antiguo régimen, milicias locales y civiles armados no identificados.
El organismo también denunció otras violaciones graves: violencia sexual, detenciones arbitrarias, destrucción de viviendas, desalojos forzosos y restricciones a las libertades de expresión y a reunirse de manera pacífica.
Las comunidades alauita, drusa, cristiana y beduina fueron las más afectadas por esta ola de violencia, que se ha visto alimentada por un creciente discurso de odio tanto en línea como fuera de ella, advirtió el ACNUDH.

Uno de los grandes riesgos para 2026 es que se repita la violencia sectaria que en marzo pasado sacudió zonas alauitas.
Tras la caída del régimen de Al Assad, el vacío de seguridad permitió que el nuevo gobierno intentara imponer su autoridad en la costa siria mediante una serie de arrestos.
Una investigación de la ONU concluyó que “combatientes leales al antiguo régimen respondieron capturando, matando e hiriendo a cientos de miembros de las fuerzas del gobierno interino”.
Damasco reaccionó con dureza, pero perdió el control sobre facciones armadas que llevaron a cabo una serie sistemática de ataques mortales contra los alauitas.
Según la ONU, alrededor de 1.400 personas, en su mayoría civiles, murieron en las masacres posteriores. La mayoría eran hombres adultos, aunque entre las víctimas también se contaban unas 100 mujeres, ancianos, personas con discapacidad y niños.
El gobierno de Al Sharaa colaboró con la investigación de la ONU.
Algunas de sus fuerzas lograron rescatar a alauitas y llevaron a juicio a varios de los líderes de las masacres. La Comisión de Investigación de la ONU sobre Siria confirmó que no había evidencia de que las autoridades hubieran ordenado los ataques.
Sin embargo, la preocupación sigue siendo que el gobierno de Damasco no controla a los grupos armados sunitas que se habrían unido a sus fuerzas de seguridad.
En julio, la provincia sureña de Suweida fue escenario de un estallido de violencia entre comunidades drusas y beduinas que sacudió a la administración de Al Sharaa.
La religión drusa, surgida del islam hace unos mil años, representa alrededor del 3% de la población siria, y algunos musulmanes consideran a sus seguidores herejes.
Cuando las fuerzas gubernamentales entraron a Suweida para restablecer el orden, terminaron enfrentándose a milicias drusas.
Israel, que cuenta con su propia comunidad drusa leal al Estado judío, intervino con ataques aéreos que casi destruyen el Ministerio de Defensa en Damasco.
Solo una rápida intervención estadounidense logró imponer un alto al fuego y evitar que la violencia se intensificara aún más. Decenas de miles de personas fueron desplazadas y aún no han podido regresar a sus hogares.
La cuestión de Israel
Aún no está claro si Al Sharaa y su gobierno interino son lo suficientemente fuertes para sobrevivir a otra crisis de tal magnitud.
Israel sigue siendo una presencia amenazante para Siria. Tras la caída de Al Assad, los israelíes lanzaron una serie de grandes ataques aéreos para destruir lo que quedaba de la capacidad militar del antiguo régimen.
Las Fuerzas de Defensa de Israel avanzaron desde los Altos del Golán ocupados para controlar más territorio sirio, que todavía ocupan.
Aprovechando el caos en Siria, Israel buscó debilitar un país que considera hostil, destruyendo armas que podrían haberse utilizado contra ellos.
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