Tras la separación de Colombia, Philippe Bunau Varilla impulsó el tratado del canal, o como lo conocemos, el Tratado Hay-Bunau Varilla. Este tratado creaba la Zona del Canal, una franja de 8 km a cada lado del canal, desde Colón hasta Panamá: un país dentro de otro.

Pero igual los estadounidenses vinieron y empezaron a reclamar su territorio en la Zona del Canal. Tenían lema, bandera y reglas especiales. Los residentes estadounidenses trabajaban para la compañía del canal, los militares o el gobierno de EE.UU., y les daban prácticamente todo.

Aunque nadie era dueño de nada, todo lo manejaba y controlaba el gobierno estadounidense. Incluso se quisieron adueñar de los puertos de Panamá y Colón, cosa que no les cayó nada bien a muchos panameños, y las tensiones crecieron cada vez más.

Preocupado por la situación, el presidente estadounidense Theodore Roosevelt envió a su secretario de Guerra, William Taft, a Panamá para esclarecer los malentendidos. De las reuniones entre las autoridades panameñas y Taft, salió el Convenio Taft, que establecía las reglas del juego de la Zona del Canal: quién mandaba, en dónde, bajo qué parámetros… y la devolución de los puertos a Panamá.

Ricardo J. Alfaro escribió un artículo acusando a los comisariatos (que eran como los supermercados) de causar contrabando. Como eran tan baratos y no pagaban impuestos, algunos estadounidenses compraban para venderlo fuera de la Zona, lo cual arruinaba a los locales panameños.

Otra que se sumaba a este sentir era una poeta panameña de 70 años, que desde Guatemala escribió: “Ya no guardas las huellas de mis pasos, ya no eres mío, idolatrado Ancón…” al enterarse de que el Cerro Ancón quedó dentro de la Zona. Se llamaba Amelia Denis de Icaza.

En 1914 se inauguró el canal. Poco después, EE.UU. eliminó el Convenio Taft y reforzó los privilegios que tenían en el Hay-Bunau Varilla.
Ricardo J. Alfaro trató de negociar otro tratado con EE.UU., pero pusieron la condición de que querían el control militar y el de las estaciones de radio. Este era el Tratado Alfaro-Kellogg, pero apenas llegaron las noticias a Panamá, fue rechazado por varios sectores.
Años después, con el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, vendría la “política del buen vecino” para lograr mejores relaciones con los países de Latinoamérica.
Así que el presidente de Panamá, Harmodio Arias, llamó a Ricardo J. Alfaro para que lo apoyara en la negociación de un nuevo tratado del canal.

Después de tres años de conversaciones, se firmó el Tratado de Amistad y Cooperación, conocido como “Arias-Roosevelt”, que mejoró significativamente las condiciones para Panamá. Entre los cambios más importantes: Estados Unidos dejó de tener la obligación de “garantizar” la independencia del país; si necesitaba tierras o agua, debía comprarlas a Panamá; ya no podía intervenir en el territorio para “mantener el orden”; además, aumentó el monto del dinero que recibía Panamá, entre otros beneficios.
La Asamblea Nacional lo ratificó el mismo año en que fueron enterrados los restos de Amelia Denis de Icaza en el cementerio de Amador (con vista al Cerro Ancón). El Congreso de EE.UU. aún no lo aprobaba, así que se hicieron adecuaciones para permitir maniobras militares en Panamá y para que pudieran tomar decisiones en cuanto a defensa ellos solos si no había tiempo suficiente para consultar con Panamá. Y con esas concesiones, fue aprobado en EE.UU.
El Arias-Roosevelt no nos dio la victoria completa, pero sembró algo más fuerte: la certeza de que ningún tratado es eterno ante la perseverancia. Esa certeza se guarda entre poemas, estrategias y memorias, que aunque éramos un territorio partido, éramos (y somos) un país despierto.

