En el mes de noviembre de cada año, Panamá celebra su independencia con fervor y gratitud. Pero más allá de los actos protocolares, vale la pena detenerse a pensar que nuestra independencia de Colombia no ocurrió en un solo día, sino que fue el resultado de dos momentos decisivos que, juntos, dieron origen a la nación: el 3 y el 5 de noviembre de 1903.
El 3 de noviembre de 1903 se proclamó la independencia de Colombia en la ciudad de Panamá. Cuenta la historia que la redacción del Acta de Independencia del Istmo fue encomendada por el líder separatista José Agustín Arango al jurista Carlos Antonio Mendoza, primer secretario de Justicia de la Junta Provisional de Gobierno y, a la postre, primer y único presidente afropanameño de la República. Fue la jornada del valor; el instante en que el Istmo se atrevió a fundar una nueva nacionalidad, libre de poderes extraños. Pero toda proclamación, como enseña el Derecho, es apenas el inicio de una realidad por construir.

En términos jurídicos, podría decirse que el 3 de noviembre fue el inicio de nuestra independencia. Si bien se trató de un acto valiente de decidida voluntad, aún estaba pendiente de consumarse, pues, después de la proclamación de independencia en la ciudad de Panamá, un contingente colombiano apostado en la provincia de Colón, al mando del coronel Eliseo Torres, amenazaba con recuperar el control del Istmo en nombre del gobierno colombiano.
En ese contexto, resulta de rigor destacar el papel que desempeñaron los dirigentes colonenses Porfirio Meléndez, Carlos Clement, Juan A. Henríquez y Orondastes Martínez, quienes, con astucia y determinación, lograron superar la amenaza militar del Batallón de Tiradores, que había llegado al puerto de Colón a bordo del vapor Cartagena, consumándose así la gesta independentista.
Tal conquista se logró el 5 de noviembre de 1903, cuando las tropas colombianas abandonaron el territorio istmeño y, a partir de este acontecimiento, Estados Unidos reconoció oficialmente al nuevo Estado panameño. En ese mismo mes lo hicieron Francia, China, Austria, Hungría y Alemania; y en diciembre, Dinamarca, Suecia, Noruega, Rusia, Bélgica, Nicaragua, Cuba, Italia, Japón, Suiza y Costa Rica. Desde entonces, Panamá ejerció plenamente su soberanía: la independencia dejó de ser declaración para convertirse en realidad jurídica y política.
Esta visión la desarrolló con especial claridad mi padre, el historiador colonense y profesor Jorge Luis Macías Fonseca, en su obra 5 de noviembre: auténtico valor separatista. En ella subrayó que fue ese día —y no antes— cuando se consolidó verdaderamente la independencia del Istmo, porque solo entonces se materializó el control efectivo del territorio y el reconocimiento internacional del naciente Estado panameño.
Muchos años después de aquella publicación, específicamente el 3 de noviembre de 2012, tuve el honor de ser orador oficial en los actos protocolares del Concejo Municipal de Colón, mi ciudad natal, precisamente en el escenario de los hechos del 5 de noviembre de 1903. Aquella experiencia me brindó la oportunidad de expresar, no solo desde la teoría sino desde la historia viva, cómo la libertad del Istmo se proclamó en un día y se defendió y consolidó en otro.
Desde la perspectiva del Derecho Internacional Público, el 3 de noviembre encarna la denominada teoría declarativa, según la cual el Estado nace cuando su pueblo proclama su independencia y se organiza políticamente. El 5 de noviembre, en cambio, representa la teoría constitutiva, que sostiene que la existencia de un Estado requiere el reconocimiento por parte de la comunidad internacional.
En mi opinión, ambas visiones sobre el reconocimiento de un Estado no se excluyen, sino que se complementan. Sin el coraje del 3 de noviembre de 1903 no habría existido el reconocimiento del 5 de noviembre; sin la consumación de la gesta del 5 de noviembre, la proclamación del 3 de noviembre habría quedado en el terreno de los ideales. Son dos fechas, pero una sola independencia: la que primero se proclamó en la ciudad de Panamá con dignidad y, dos días después, se consumó en la ciudad de Colón con gallardía.
Celebrar el 3 de noviembre es ponderar la decisión de ser libres; conmemorar el 5 de noviembre es agradecer que esa idea de libertad se haya consumado. En ambos gestos se resume la esencia de nuestra nacionalidad: una nación que luchó dos veces, pero con un solo propósito: ser dueña de su destino.
El autor es abogado.


