Las costas colonenses, desde el enfoque político administrativo, albergan la mayor cantidad de distritos de la provincia de Colón: costa arriba (Portobelo y Santa Isabel) y costa abajo (Chagres, Donoso y el distrito especial Omar Torrijos Herrera). Sin embargo, la exaltación de las expresiones culturales tradicionales se muestra divergente de una costa a otra.
Al respecto, la costa arriba marca una abismal distancia con respecto a la costa abajo. De hecho, por tratarse de bienes y prácticas con historia, nos hace pensar que en la costa abajo estamos ante un eminente problema identitario de valor etnográfico.
Costa arriba celebra el Festival de Diablos y Congos, y el Festival de la Pollera Conga. Incluso, cuenta con una escuela de cultura como mecanismo de endoculturación que se enfoca en la niñez, para reforzar el proceso de conservación, desarrollo y divulgación de las tradiciones de la región, en homenaje a sus ancestros (afrodescendientes).
Por el contrario, costa abajo parece obnubilar culturalmente. Flácidas se muestran sus expresiones culturales tradicionales, que pobremente asoman, en algunos pueblos, solo para Carnaval. Enhorabuena, la presencia de la Universidad de Panamá en la comunidad de Río Indio impulsa y promueve el Festival del Coco como una muestra de resiliencia cultural comunitaria.
Queda claro lo robusto del proceso de endoculturación en la costa arriba. En contraposición, lánguido, flácido y desatendido se escenifica dicho proceso en costa abajo. Quizás, esta evidente brecha entre ambas costas esté marcada por la preeminencia histórica que caracterizó a la costa arriba, aunado a toda esa urdimbre de bienes patrimoniales y tradiciones culturales que nos legó el Panamá colonial, donde Nombre de Dios y Portobelo asumieron un extraordinario rol geoestratégico.
Pareciese que los individuos de la costa abajo buscaran adecuarse a condiciones emergentes, y en ese afán, consciente o inconscientemente, anulan sus prácticas tradicionales, su originalidad étnica, social e histórica. Probablemente, sea producto de ese colonialismo ideológico que ha traído consigo el mundo globalizado y tecnológico, además del abandono gubernamental.
Cuando la identidad pierde su esencialismo, es indicativo de que los mecanismos de endoculturación han sido desatendidos por los lugareños o la colectividad. De hecho, la transmisión de nuestras expresiones culturales de acuerdo con Manuel Esmoris “…debe ser una experiencia que se valora, atesora y cultiva, con un fuerte componente emocional y sentido de identidad”. De lo contrario, depauperaríamos cultural e históricamente, perdiendo identidad como pueblos.
En suma, debemos asumir el gran desafío planteado por Daniel Birchner: “aprender a ver la conveniencia de cuidar nuestros bienes, como lo hicieron nuestros ascendientes. Garantizar la continuidad de la cadena de transmisión histórica que deben poseer los pueblos con personalidad e identidad propia y firmes”.
Mayo, el mes de la etnia negra, se apresta propicio para la exaltación de los bienes de identidad, originalidad y valores artísticos que den personalidad a la costa abajo.
El autor es docente

