Nos encontramos inmersos en una práctica cotidiana en la cual impera la ausencia de solidaridad y compañerismo. Es muy contradictorio que precisamente en nuestro tiempo, donde existen mayores formas de generar vínculos y comunicarnos, es cuando el individuo apela más a sí mismo, enrumbándose a la soledad.
Hemos entrado en una lógica racional en donde conseguir dinero es la prioridad, sin importar que esto implique sacrificar amigos y amigas; los valores como la comunicación, amistad y la solidaridad, que se adquirían a través de las relaciones humanas, quedan convertidos en mercancía y ese individuo los puede adquirir en la medida en que tenga poder de cambio.
El individuo queda, entonces, etiquetado al número de matrícula, de cuenta bancaria, de qué profesión realiza; el sujeto se extirpa así de su singularidad para enjaularse en la inmensa masa consumista.
No estoy señalando que los individuos sean predominantemente perversos; nadie nace siendo egoísta y corrupto. Sin embargo, en un contexto donde se premia socialmente al corrupto, al que mediante el “juega vivo” logra acumular riqueza, en donde no hay castigo ante lo incorrecto y hay impunidad ante lo injusto, ¿qué resultado podemos esperar?
Nuestra sociedad está actualmente mediada por la inseguridad, la incertidumbre, la desconfianza y la impotencia ante los problemas cotidianos. A pesar de que se generan políticas públicas para mitigar toda una gama de problemas sociales, la realidad es que la efectividad no es la deseada.
Todo lo anterior se traduce en miedo. El miedo a las catástrofes naturales, miedo a la inundación cada vez que llueve, miedo a ser destituido del trabajo si no piensas igual que el jefe, miedo de denunciar lo incorrecto porque el que denuncia termina investigado, miedo a luchar porque pueden castigarte, miedo a tomar un taxi porque te pueden robar, miedo a manejar durante el tráfico porque alguien puede ser intolerante y tratar de agredirte, miedo a expresarte porque habrá consecuencias al hacerlo.
¿Será que estamos en un callejón sin salida? Todavía tengo la esperanza de que salgamos de este aparente callejón sin salida; siendo la solidaridad entre nosotros, una de las formas de empezar a revertir este contexto social adverso.
El autor es doctor en ciencias sociales
