En Azuero siguen pasando los meses y el problema persiste: no hay suministro de agua potable. Las familias continúan lidiando con un servicio irregular y con agua que ni siquiera es apta para el consumo. Lo más grave es que esta situación dejó de sentirse como una emergencia y se ha convertido en parte de la rutina diaria, una normalización forzada para quienes vivimos en la península.
La ciudadanía, agotada y sin respuestas claras, ha tenido que adaptarse. Esa adaptación, aunque comprensible, revela algo más profundo: el riesgo de acostumbrarnos a lo que no es aceptable. Mientras tanto, permanece la pregunta que muchos se hacen pero pocos responden: ¿dónde se está utilizando el dinero asignado bajo el estado de emergencia? ¿Estamos viendo avances reales, soluciones técnicas, obras concretas o simplemente más promesas?
Herrera y Los Santos merecen un servicio digno. El acceso al agua potable es un derecho básico, no un lujo. La ciudadanía no debería conformarse con soluciones temporales ni con parches que no atienden el problema de fondo. Y ante la cercanía de eventos masivos, surge otra inquietud inevitable: ¿veremos soluciones reales antes del Desfile de las Mil Polleras, como se prometió, o volverá a priorizarse la imagen sobre las necesidades esenciales de la población?
Aceptar lo mínimo solo reduce la presión para que las autoridades ejecuten las mejoras estructurales que la región necesita. Azuero no pide privilegios: exige lo básico. Y lo básico es consumir agua potable.
La autora es abogada y especialista en políticas públicas.