Señor presidente José Raúl Mulino:
En esta Navidad, cuando abundan los mensajes de esperanza y buenos deseos, el pueblo panameño desea algo más que palabras. Esta carta no nace del enfrentamiento, sino de la realidad diaria que viven miles de ciudadanos. Desde mi consulta, escuchando día a día a esos panameños, le transmitiré brevemente ese sentir.
Empecemos por lo cotidiano, por lo que se ve y se huele todos los días: la basura. ¿Hasta cuándo conviviremos con vertederos improvisados, recolecciones irregulares y ciudades que parecen rendirse ante los desechos? Panamá, que aspira a estándares internacionales, sigue sin un programa nacional serio de reciclaje. ¿De verdad no es posible educar, organizar y ejecutar una política que convierta la basura en oportunidad y no en vergüenza?
Hablemos de educación. Señor presidente, ¿ha visitado nuestras escuelas públicas sin protocolo ni cámaras? Muchas de ellas no son dignas ni seguras. Techos dañados, baños inservibles y aulas sobrepobladas contrastan con el discurso que Panamá proyecta en escenarios internacionales. Se insiste en computadoras cuando faltan pupitres, agua potable, electricidad estable y condiciones mínimas para aprender. La tecnología no sustituye la dignidad.
Las carencias educativas reflejan un país que ha crecido de forma desordenada: comunidades sin planificación, escuelas insuficientes y jóvenes atrapados en un sistema que no les garantiza oportunidades reales.
En cuanto a las calles, es justo reconocer el esfuerzo que se está haciendo. Llevamos casi diez años oyendo planes y proyectos, y cada día el panorama parece peor: cráteres, tráfico colapsado, desorden vial y una capital donde estacionarse es casi imposible. No es solo movilidad; es calidad de vida.
La salud merece atención urgente. Celebramos los nuevos hospitales y los equipos anunciados, pero la pregunta es inevitable: ¿dónde están esos equipos y dónde está el personal? ¿Serán hospitales modernos, pero vacíos? La integración del sistema suena bien, pero preocupa a quién va a beneficiar realmente. La salud no puede convertirse en un experimento político.
En materia de empleo, la preocupación es profunda. Entendemos que el Estado no puede seguir contratando, pero el panameño ve con inquietud tantos viajes oficiales bajo el argumento de buscar alianzas y atraer al sector privado. La pregunta es clara: ¿esas oportunidades beneficiarán al pueblo o a los amigos de siempre? ¿Cuándo será tangible ese beneficio para quienes hoy no consiguen trabajo o sobreviven en la informalidad? El desempleo y el trabajo informal siguen creciendo, mientras los discursos no se traducen en plazas reales ni en condiciones dignas.
A esto se suma una práctica que indigna: diputados que llaman a ministros para pedir favores, nombramientos y contratos, mientras se predica austeridad. Basta mirar la planilla de la Asamblea para entender por qué el mensaje no convence.
La criminalidad tampoco da tregua. El miedo se ha instalado en barrios, comercios y hogares. El panameño quiere salir a trabajar y regresar con vida y tranquilidad.
Finalmente, en política y justicia el pueblo observa con atención. ¿Seguirán la corrupción y el nepotismo siendo parte del paisaje? Los casos se caen, no avanzan o simplemente no pasa nada. Las grandes figuras nunca parecen ser llamadas por la justicia. Y cuesta no recordar cuando usted mismo mencionó que amigos y hermanos forman parte del cuerpo diplomático. La percepción importa, señor presidente, y hoy la percepción es de privilegios intactos.
Señor presidente, esta carta de Navidad no pide milagros. Pide coherencia, prioridades claras y decisiones valientes. Panamá no necesita más promesas; necesita sentir que el gobierno trabaja para todos y no para unos pocos. Ojalá esta Navidad marque el inicio de respuestas que el país lleva demasiado tiempo esperando.
El autor es terapeuta ocupacional y docente universitario.

