En un mundo cada vez más interdependiente, se requiere volver a colocar en el centro del debate nacional e internacional los temas del desarrollo sostenible, la cooperación y los valores de la democracia como el legado más preciado de la modernidad (CEPAL, 2010). La CEPAL (2018) afirma que un Estado orientado al desarrollo inclusivo y sostenible tiene la capacidad de formular e implementar estrategias para alcanzar metas económicas, sociales y ambientales. Uno de los mejores referentes de organización de la economía social en Latinoamérica lo constituye, sin duda, el movimiento de organizaciones cooperativas. Estas organizaciones han tenido presencia durante más de un siglo en la mayoría de los países de América, bajo distintos regímenes políticos y con un rol social que, en muchos casos, ha sido poco conocido, comprendido y visibilizado (Li-Bonilla, F. y Coto-Moya, L. G., 2023).
El cooperativismo, centrado en la participación social y orientado a facilitar el acceso a bienes y servicios básicos, ha generado nuevas experiencias que buscan fortalecer la capacidad de la sociedad para autoorganizarse en función de objetivos que trascienden el plano político-institucional e inciden también en el ámbito económico y social. Este proceso implica la inclusión de una multiplicidad de actores económicos y de formas organizativas heterogéneas, agrupadas bajo el concepto de economía social.
Panamá fue sede de la Convención Internacional COOPCIONES 2024, en la que más de 300 cooperativistas del Caribe, Centroamérica y Suramérica expusieron tendencias en prospectiva estratégica, cumplimiento, economía social, seguridad de la información, sostenibilidad y transformación organizacional. En este espacio se abordaron temas como la identificación y análisis de factores externos y el desarrollo de competencias para el análisis del futuro, con el objetivo de profundizar en los principales desafíos y oportunidades que enfrentan las organizaciones cooperativas para seguir creciendo en el país, donde este sistema aporta alrededor del 4% al producto interno bruto.
El cambio constante obliga a pensar, razonar y actuar con visión de futuro, tanto a corto como a mediano y largo plazo. Esto implica que, lejos de aferrarnos al pasado, debemos crear el futuro, como señala Rowen (1998). En el sistema cooperativo, tal como indican Kriegel y Patler (2001) en Si no está roto, rómpalo, adelantarse a los cambios y a la complejidad de estos tiempos exige una nueva forma de pensamiento, alejada de fórmulas tradicionales. Los líderes que se aferran a esquemas convencionales perderán oportunidades y verán a sus organizaciones luchar contra la corriente. La prospectiva cooperativa requiere, por tanto, un cambio de mentalidad.
Las ideas individualistas erosionan el sentido de pertenencia y debilitan la percepción de que la cooperativa es verdaderamente de sus asociados. Cuando se pierde esa identidad y se reduce al asociado a un número o a un cliente sin rostro humano, se corre el riesgo de olvidar el bien común y el bien social. Como plantea Peter Drucker, la visión de largo plazo no se ocupa de las decisiones futuras, sino del futuro que construimos con las decisiones actuales. De allí la necesidad de impulsar modelos de exploración sistemática de futuros posibles que permitan mantener el equilibrio entre los distintos elementos del sistema social.
Para Godet (2009), la prospectiva es una forma de reflexión colectiva que moviliza las mentalidades frente a los cambios del entorno estratégico. Se trata de un esfuerzo por anticipar escenarios que aclaren la acción presente a la luz de futuros posibles y deseables. La prospectiva busca mitigar los efectos de la aceleración del cambio y el aumento de la incertidumbre, recordándonos que el futuro no está escrito y que es, precisamente, la razón de ser del presente. Construyamos, entonces, una prospectiva basada en una visión global y sistemática, orientada a generar sinergias en torno a los objetivos que aspiramos alcanzar.
El autor es economista.

