De repente, alguien en Washington decidió que las vacunas de ARN mensajero son “sobrestimadas” y que ya no es necesario seguir invirtiendo en ellas. ¿El resultado? Primero, un recorte de casi $590 millones para detener el desarrollo de una vacuna deARNm contra la gripe aviar de Moderna —un proyecto que, por cierto, había mostrado resultados prometedores en estudios de fase I/II—, porque, según ellos, “faltan estándares científicos o éticos”. ¿La ingenuidad de este argumento no desconcierta un poco?
Pero ¡aguanta! No fue suficiente. Más recientemente, el mismo despacho decidió darle un “ataque letal” a la innovación incipiente en biomedicina: $500 millones en recortes a 22 proyectos financiados por BARDA —la agencia que se supone debe protegernos de futuras pandemias, ataques bioterroristas y, en fin, lo que el mundo moderno mande.
Sí, lo sé: recortes. A veces hay que hacerlos. Pero recortar investigación... como si fuera un lujo. ¿Desde cuándo curar el cáncer —por ejemplo, el melanoma— o preparar una respuesta rápida a una nueva amenaza viral entraron en la categoría de “prescindible”?
Para quienes no están al tanto, BARDA (Biomedical Advanced Research and Development Authority) es el centro biotecnológico que debería estar potenciando vacunas, terapias y herramientas médicas ante amenazas graves —no solo virus comunes, sino incluso esos terrores de laboratorio o de la naturaleza que ni nos imaginamos. Y atención: la tecnología ARNm no sirve únicamente para prevenir infecciones respiratorias. También puede cambiar el juego en el tratamiento de cánceres —como el melanoma—, enfermedades auto inmunes y mucho más.
Ahora bien, ¿por qué esta aversión repentina a una tecnología que demostró su valor salvando millones de vidas durante la pandemia? Porque parecería ser que, en ciertas oficinas, lo que importa es más la narrativa política que la evidencia científica. “No protege bien contra infecciones respiratorias superiores y podría prolongar pandemias”, dicen. Sin fundamento científico ni ético. Pero suena lo suficientemente alarmante como para justificar un recorte multimillonario.
Y mientras algunos sectores celebran estos movimientos como “prudentes y valientes”, expertos en salud pública, antiguos funcionarios de BARDA y epidemiólogos lo califican como una torpeza estratégica —literalmente, un puñetazo al futuro. ¿Están conscientes de que podrían estar cavando la tumba de la preparación ante la próxima pandemia? ¿O de la posibilidad real de terapias ARNm contra diferentes tipos de cáncer?
¿Por qué invertir esos cientos de millones en algo tan arriesgado como salvar vidas? Más razonable es despreciar la ciencia y apostar por lo que está “comprobado” desde hace décadas. Total, ¿quién quiere innovación cuando podemos retroceder cómodamente a ese sabio refrán: “más vale malo conocido que bueno por conocer”, aunque se trate de cáncer?
La ciencia no es un menú para elegir solo lo que nos conviene. Investigación significa anticipación, exploración, innovación. Y en ese sentido, este doble recorte —por casi $590 millones a Moderna y $500 millones a BARDA— no es “prudente”, sino un paso deliberado hacia la desprotección colectiva.
Porque cuando la ideología silencia a la ciencia, los primeros en perder son los pacientes. Luego, perdemos todos. Lo que hoy parece una jugada política “audaz”,mañana será una tragedia evitable.
Y lo más escalofriante es que no se trata de un error aislado, sino de un patrón de decisiones tomadas por una persona —y su séquito de asesores— que han convertido el Departamento de Salud de Estados Unidos en un experimento ideológico. Un experimento con consecuencias globales.
Sí, esto afecta a Panamá. A América Latina. Al mundo entero.
En tiempos de interconexión sanitaria, cada vacuna que no se desarrolla, cada proyecto que se detiene y cada descubrimiento que se retrasa nos pone a todos un paso más cerca del abismo frente a futuras amenazas.
Porque si callamos hoy, mañana puede ser demasiado tarde.
La autora es pediatra.

