Cuando escuchamos el nombre Asuero, muchos lo asocian con el poderoso rey persa Jerjes I, aquel monarca que gobernó un imperio vasto en el siglo V a.C. y que aparece en relatos bíblicos como figura de autoridad y esplendor. Su reino se extendía desde la India hasta Etiopía, abarcando ciudades griegas en Asia Menor y controlando rutas vitales para el comercio y la subsistencia. En ese tiempo, el agua era símbolo de poder: los persas construían canales, sistemas de riego y acueductos que aseguraban la vida de millones bajo su dominio. El agua era riqueza, era control, era civilización.
Ahora demos un salto de 2,500 años y cambiemos una sola letra: de Asuero con S a Azuero con Z. La península de Azuero, en Panamá, no es un imperio, pero sí una región con una historia y una identidad propias. Aquí, el agua también es poder, pero no en el sentido de expansión militar ni de dominio territorial, sino en el sentido más básico y urgente: la supervivencia de comunidades enteras. El río La Villa, fuente vital para miles de familias y para la producción agrícola, ha sido escenario de crisis de contaminación que han puesto en evidencia la fragilidad de nuestros sistemas de gestión hídrica. En Azuero, el agua no es un lujo ni un símbolo de grandeza, sino un derecho que se ve amenazado.
El paralelo entre Asuero y Azuero puede parecer un juego de palabras, pero encierra una reflexión profunda. En la antigüedad, los imperios que sabían manejar el agua prosperaban; los que la descuidaban, caían. Hoy, en Panamá, enfrentamos un dilema similar: ¿seremos capaces de cuidar nuestras fuentes hídricas con la misma visión estratégica que tuvieron los persas, o dejaremos que la contaminación y la falta de planificación nos conduzcan al colapso? El río La Villa es nuestro “Eufrates” local, un eje de vida que necesita atención, inversión y conciencia ciudadana.
El rey Asuero gobernaba con mano firme y tomaba decisiones que afectaban a pueblos enteros. En Azuero, no tenemos un monarca, pero sí autoridades locales, instituciones y comunidades que deben asumir ese rol de liderazgo. La diferencia es que aquí el poder no se mide en ejércitos ni en tributos, sino en la capacidad de garantizar agua limpia para beber, para sembrar, para vivir. Y esa es una batalla que no se gana con decretos, sino con educación, participación y compromiso colectivo.
Imaginemos por un momento que Asuero, desde su palacio en Susa, pudiera mirar hacia el futuro y ver a Azuero en Panamá. Quizás se sorprendería de que, a pesar de los siglos, el agua siga siendo el centro de las preocupaciones humanas. Tal vez entendería que el verdadero poder no está en conquistar ciudades, sino en asegurar que cada niño pueda abrir un grifo y beber sin miedo. Ese es el imperio que necesitamos construir: un imperio de responsabilidad hídrica, donde el agua sea respetada como el recurso más sagrado.
El juego de nombres nos invita a pensar: Asuero con S fue un rey que pasó a la historia por sus conquistas y sus excesos. Azuero con Z puede pasar a la historia por su capacidad de enfrentar la crisis del agua con creatividad y resiliencia. La contaminación del río La Villa no es un destino inevitable; es un llamado de alerta. Así como los griegos resistieron al poder persa en las Guerras Médicas, los ciudadanos de Azuero pueden resistir al poder destructivo de la indiferencia y la negligencia. La batalla no es con lanzas ni escudos, sino con conciencia y acción.
En conclusión, el paralelo entre Asuero y Azuero es más que una coincidencia fonética. Es una metáfora que nos recuerda que el agua ha sido, es y seguirá siendo el eje de la historia humana. Desde los palacios persas hasta las comunidades panameñas, el agua define quién prospera y quién se queda atrás. Que este juego de letras nos inspire a tomar en serio la defensa de nuestros ríos, porque en Azuero, el verdadero reino que debemos proteger no es de oro ni de mármol, sino de agua limpia y abundante.
El autor es ex vicepresidente de Ambiente, Agua y Energía de la Autoridad del Canal de Panamá.

