La revolución digital ha provocado una transformación profunda en nuestras vidas, impactando desde la forma en que compramos hasta cómo nos relacionamos. Internet, los algoritmos y las redes sociales han sido protagonistas de esta era, generando beneficios innegables, pero también planteando desafíos críticos, especialmente en el contexto de la democracia y la convivencia social en Panamá.
Uno de los cambios más significativos ha sido en el espacio público. Las redes sociales, utilizadas por más del 80% de los panameños, han resignificado las relaciones humanas. Como señala Zygmunt Bauman, estas conexiones digitales son más frágiles y superficiales, lo que plantea preocupaciones sobre su impacto en la calidad del debate público y la salud democrática. La virtualización también ha invadido el terreno político, afectando la forma en que se discuten temas cruciales, como la reforma a la caja de seguro social mediante la ley 462.
La presencia de estas plataformas inicialmente parecía empoderar a los ciudadanos, inspirando movimientos como la Primavera Árabe y los indignados, que lograron movilizar a las masas y exigir cambios. Sin embargo, el modelo de negocio de las grandes corporaciones tecnológicas ha distorsionado esta promesa, priorizando la permanencia y el compromiso de los usuarios por encima del bienestar social. Max Fisher, periodista del New York Times, explica que estas empresas han fomentado contenidos que generan mayor interacción emocional, incluso si eso significa promover el odio, la desinformación o la radicalización.
El diseño de las redes no es neutral. A través de algoritmos opacos y diseñados para maximizar la interacción, se privilegian contenidos que provocan miedo, rabia o rechazo. Esto crea cámaras de eco o burbujas informativas, en las que las personas refuerzan sus propias creencias y rechazan las opiniones contrarias. Como resultado, el debate pluralista se ve limitado, y la polarización se intensifica. En lugar de puntos en común, las redes fomentan el tribalismo y buscan el linchamiento digital. Este fenómeno se ha evidenciado en el manejo político de la ley 462, donde tanto diputados como miembros del gobierno han sido objeto de campañas de desinformación y hostilidad en línea contra opositores y grupos vulnerables.
Los algoritmos tienen la capacidad de inducir comportamientos, moldear opiniones y alterar estados de ánimo, lo que pone en riesgo la integridad del proceso democrático. Asimismo, las redes sociales han debilitado el papel del periodismo como mediador de información. La lógica de la viralidad y el clickbait han desplazado la información rigurosa y pluralista, favoreciendo titulares sensacionalistas y narrativas polarizadas. Esto ha contribuido al deterioro del ecosistema informativo. Eva Illouz señala que estos líderes apelan al miedo, el rencor y el orgullo nacional, emociones que encuentran un terreno fértil en las plataformas digitales.
Las consecuencias de estos fenómenos son alarmantes. La sociedad se encuentra cada vez más dividida, con una deliberación pública empobrecida y una democracia más vulnerable. El odio, alimentado y amplificado por los algoritmos, puede convertirse en una fuerza política capaz de movilizar a grupos con violencia o intolerancia. El caso de Myanmar, donde Facebook fue clave para incitar el genocidio rohingya, evidencia el potencial devastador de estas dinámicas.
La revolución digital, en definitiva, ha sido una herramienta poderosa. Pero cuando su uso está dictado por intereses económicos, como los del sector de la economía financiera en Panamá, y no por principios democráticos, el resultado es una ciudadanía manipulada y un espacio público cada vez más tóxico. Es urgente repensar el papel de las redes sociales en Panamá, exigir mayor transparencia en los algoritmos y fortalecer la mediación informativa.
En la era digital, la democracia también se decide en los likes , los retuits y en lo que los algoritmos deciden mostrar —o esconder—. La responsabilidad de cuidar la convivencia democrática en este nuevo escenario recae en todos, y requiere un compromiso activo para preservar los valores esenciales de la democracia y la convivencia social.
El concepto de polarización, relacionado con los polos ideológicos y definido por la FundéuRAE como una palabra del año en 2023, ha adquirido una presencia cada vez mayor en el lenguaje cotidiano panameño. La polarización implica un distanciamiento, confrontación y crispación que puede afectar la salud de la democracia si no se gestiona adecuadamente la pluralidad de opiniones. Sin embargo, no toda divergencia es perjudicial; en las democracias sanas, el debate con posturas diversas y críticas exigentes es natural, e incluso esencial. La verdadera problemática no radica en el pluralismo en sí, sino en cómo se expresan y se gestionan esas diferencias. La polarización se vuelve dañina cuando fomenta la visceralidad, la simplificación, la descalificación y la agresión en el discurso público, aspectos que se ven claramente en el entorno político actual, donde los insultos y las ofensas se han convertido en prácticas habituales del gobierno del paso firme.
En nuestro país, el debate público está contaminado por formatos que priorizan la emocionalidad y la confrontación en lugar del diálogo racional. La polarización, en este contexto, alimenta un frente que dificulta la negociación y la búsqueda de consensos. En la práctica, las propuestas de acuerdo y colaboración se ignoran o se eliminan, contribuyendo a una notable reducción de los grandes consensos de en Panamá. La polarización ideológica, además, provoca una concentración de opiniones en polos opuestos, en detrimento de los valores intermedios.
No obstante, la polarización no siempre es negativa. Algunos académicos sostienen que cuando los candidatos presentan propuestas claramente dispares, los propuestos pueden tomar decisiones más informadas, ya que la diferencia facilita la elección en función de sus convicciones. Sin embargo, otros expertos advierten que las posiciones centristas no garantizan necesariamente una actitud democrática virtuosa, ya que también pueden albergar intolerancia y agresividad verbal. La clave está en la capacidad de reconocer la propia ignorancia y en la disposición a revisar críticamente las propias ideas. El peligro es que los votantes en los extremos políticos son más propensos a rechazar prácticas democráticas básicas, como la alternancia en el poder, los controles al poder ejecutivo y el respeto a las minorías, lo que erosiona las bases mismas del sistema democrático, como pone en peligro la derecha radical que ejerce el poder en Panamá en 2029.
Más allá de las divergencias políticas, otro fenómeno que está deteriorando la democracia es la polarización afectiva, que se ha intensificado en Panamá en los últimos años, en gran parte por las dinámicas de las redes sociales. La polarización afectiva se refiere al rechazo emocional hacia quienes piensan distinto, alimentado por odios, fobias y prejuicios que se vinculan con las identidades colectivas partidistas.
La degradación del debate público también está vinculada a una concepción de la política como espectáculo, donde los líderes buscan proyectar una imagen impactante y diferenciada para captar seguidores, muchas veces mediante estilos populistas y provocadores. Autores como Federico Finchelstein recuerdan que, en esta escenografía teatralizada, los líderes, incluso en su aspecto estético, buscan conectarse con un público mediante gestos y discursos que refuercen su imagen. En Panamá, el gabinete del paso firme ejemplifica este estilo, donde la falta de corrección política y las provocaciones se convierten en herramientas para atraer seguidores, creando una política que prioriza la apariencia sobre la sustancia.
Los espacios digitales han favorecido esta tendencia, facilitando la relación directa entre ciudadanos y dirigentes políticos, pero también intensificando comportamientos plebiscitarios y la personalización de la política. La comunicación inmediata, muchas veces sin filtros, ha desplazado las funciones tradicionales de las instituciones democráticas, como la Asamblea Nacional y los mecanismos de rendición de cuentas. Podríamos comparar estos comportamientos con el mundo del fútbol, donde los hinchas actúan con parcialidad y fanatismo, juzgando decisiones en función de su equipo, sin objetividad ni justicia. Esa mentalidad se ha trasladado al debate político, donde la emocionalidad y la lealtad grupal priman sobre el debate del Panamá que deseamos construir.
El autor es médico sub especialista.


