La cotidianidad está permeada por palabras. El lenguaje nos acompaña minuto a minuto durante toda nuestra vida. Los significantes y significados siempre están ahí, se hacen presentes, y el manejo del código nos permite descifrarlos, entender a otros y hacernos comprender en la normalidad de nuestros días. Roland Barthes, en su libro La aventura semiológica, explica que “el plano de los significantes constituye el plano de la expresión, y el de los significados, el plano del contenido”. Es decir, el plano de la expresión estaría representado por las letras que, en un orden sucesivo y particular, conforman una palabra, y el plano del contenido lo constituiría la imagen mental con la que asociamos esa palabra.
Como individuos, contamos con un determinado léxico disponible que se amplía en la medida en que cultivamos el aprendizaje de nuevas palabras o interactuamos en escenarios que favorecen la adquisición de vocabulario, ya sea mediante jergas, argots u otros registros lingüísticos. Precisamente, uno de esos campos que configuran un léxico particular se encuentra en el folclore panameño.
Para acotar la muestra de términos, centrémonos en una indumentaria típica que nos reviste de prestigio y orgullo, y que el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), en su cuarta acepción con marca Panamá, define como “traje típico de la mujer panameña, que consta de una blusa y una falda de amplio vuelo finamente bordadas”. ¿A qué nos referimos? Si la imagen de la pollera llegó a su mente, habrá acertado.
En relación con la pollera panameña, el Diccionario de la lengua española (https://dle.rae.es/) de la Real Academia Española (RAE) y la ASALE recoge el siguiente léxico: alforza, basquiña, bayeta, bolillo, burato, cabestrillo, calado, coca, filigrana, jareta, melindre, pasador, saya, talco, tembleque y zaraza.
Al leer o escuchar esta lista de palabras, más de uno experimentará una paramnesia (déjà vu), al recordar alguna ocasión en la que un familiar o una amistad —ya sea por haberse integrado a un conjunto de proyecciones folclóricas, o por haber participado en un evento escolar o laboral— necesitó utilizar atuendos o accesorios típicos. También es posible que el cerebro no haya ofrecido asociaciones inmediatas debido a la falta de un significante o significado previo en nuestros archivos mentales que permitiera reconocer la terminología presentada.
Como se mencionó anteriormente, esto es completamente normal. Precisamente por ello, enriquecer nuestro acervo léxico —incluyendo los vocablos que conforman nuestro patrimonio cultural— a través de la lectura y del conocimiento cultural constituye una vía fundamental para fortalecer nuestra identidad como país.
La autora es becaria de colaboración MAEC-AECID-ASALE/Academia Panameña de la Lengua.


