Debate hoy entre candidatos a la vicepresidencia en Estados Unidos



Es innegable que el debate entre Kamala Harris y Donald Trump ayudó muchísimo a Harris. Ella no logró el “nocaut” que yo hubiera querido, pero sí lo puso contra las cuerdas con una serie de golpes duros al final del encuentro. Cuando ella comenzó a tildarlo de peligroso, inapto para la presidencia e irrespetuoso de la Constitución, Trump fue reaccionando con creciente incoherencia, sin mencionar el racismo y mostrando nula caballerosidad. Cuando Trump hizo alarde de que él sabe despedir a quienes no hacen las cosas bien (‘you’re fired!’), ella comentó que 81 millones de estadounidenses lo “despidieron” a él, hecho que su ego todavía no le permite aceptar. Y minutos más tarde, Harris remató con la observación de que líderes globales ven con desprecio a Trump, a quien perciben como una figura débil y manipulable que admira a dictadores porque quiere ser como ellos.

Los analistas, al día siguiente, fueron bastante unánimes en opinar que el debate había sido una prueba de fuego de la que Harris salió triunfante. Trump, tan gallito de pelea cuando cree que los astros están a su favor, se ha acobardado cuando se trata de buscar revancha. Ella le ha hecho varias invitaciones a un segundo debate y él las esquiva con distintas excusas.

Pero esta noche viene una especie de segunda vuelta, con un debate entre los candidatos a la vicepresidencia: J.D. Vance (senador de Ohio, republicano) y Timothy Walz (gobernador de Minnesota, demócrata). Tradicionalmente, los debates vicepresidenciales no tienen mucho efecto sobre el desenlace de la elección, pero esta contienda está tan reñida que cualquier pequeño margen a favor o en contra de uno u otro podría tener consecuencias imprevistas.

Entre las elecciones recientes de Estados Unidos, el debate entre Sarah Palin y Joe Biden (en 2008) confirmó irreversiblemente que John McCain había cometido un error al escoger a Palin como compañera de nómina. (En Amazon, la película Game Change, con Julianne Moore, cuenta la historia de esa campaña; la recomiendo). En 2016, por otro lado, Tim Kaine (vice de Hillary Clinton) fue excesivamente agresivo en el debate contra Mike Pence (vice de Trump), al punto que un analista lo calificó como un “perro de ataque”. Eso no ayudó a Hillary.

Entre Vance y Walz, ya Vance ha mostrado ser un “perro de ataque” mientras que Walz se presenta como un “Mr. Nice Guy”. Vance es más joven y sofisticado, pero también es más extremista; y no le da miedo ser tan mentiroso como Trump. Aparentemente inventó de la nada aquel cuento de que inmigrantes haitianos en Ohio se estaban comiendo los gatos de la comunidad; cuando CNN lo confrontó con la mentira, respondió sin vergüenza que “si tengo que crear cuentos para que los medios norteamericanos le pongan atención al sufrimiento del pueblo americano, entonces eso haré”.

Tampoco le da vergüenza hacerle los trabajos sucios a Trump. A pesar de haber calificado a Trump como “el Hitler americano” antes de entrar en la política, Vance ahora insiste que a Trump le robaron la elección de 2020 y que si él hubiera sido vicepresidente en ese entonces, él sí hubiera hecho lo que Pence (a mucha honra) rehusó hacer: usar su poder como presidente del Senado para rechazar la certificación oficial de los resultados de la elección.

Por estas afirmaciones controvertidas, y muchas otras, las encuestas muestran que la mayoría de los votantes estadounidenses tienen una opinión negativa de Vance, pero una percepción positiva de Walz. Sería sorprendente que el debate cambiara esas percepciones, pero todo es posible en la política.

Sin embargo, el entendimiento convencional es que los candidatos a vicepresidente no deben perder tiempo atacándose entre ellos, sino en atacar o defender a quienes encabezan las nóminas. Esa es su tarea. Según esa perspectiva, lo que más pesará en el debate de esta noche es la efectividad de cada uno en defender a su candidato. Yo pensaría que la candidatura de Donald Trump no es defendible, pero todos los días encaro la realidad amarga de que por lo menos 40 millones de norteamericanos piensan distinto.

La autora es periodista y abogada


LAS MÁS LEÍDAS