Hablemos de desigualdad. No hay que ser de izquierda para percatarnos de que el gran reto que enfrentamos, como país, es la creación de las condiciones para que todos los panameños tengan las mismas oportunidades de contribuir al progreso del mundo y beneficiarse de este.
Ahora, cuando hablamos de desigualdad, es importante diferenciar entre ingresos y riqueza. Desafortunadamente, la conversación sobre el tema a nivel internacional se ha enfocado en la primera, olvidando la importancia de la riqueza en un sistema capitalista. El ingreso no es más que un flujo de efectivo que recibimos a través del tiempo. Para la mayoría de nosotros, nuestros ingresos provienen del trabajo cada 15 días.
Estadísticas más recientes de la Encuesta del Mercado Laboral, de agosto 2015, nos sugieren que existe una gran brecha entre los más ricos y los más pobres en términos de ingresos. Los hogares en el grupo con más ingresos recibieron, en promedio, 5 mil 300 dólares al mes. Para los más pobres, este ingreso es de 143 dólares. La evidencia a nivel mundial sugiere que la inversión pública puede aliviar las dificultades sociales que este nivel de desigualdad crea. Pero estudios del PNUD indican que la inversión pública por persona en Panamá, en 2013, era más alta en las provincias que menos lo necesitaban (como Herrera y Los Santos), que en las comarcas, donde se registran los más bajos niveles de desarrollo humano. Pero la situación es aún más compleja cuando tomamos en cuenta la desigualdad de riqueza.
Algunas personas generan tal nivel de ingresos que pueden pagar sus cuentas y les sobra para ahorrar, invertir en capital físico (viviendas, edificios) y en un plan de pensión privado. No hay que ser de derecha para saber que es mediante la acumulación de esta riqueza que un ciudadano puede ir a un banco y pedir un préstamo para abrir un negocio, expandir sus proyectos o internacionalizar su producto. Pero cuando alguien gana 143 dólares al mes, el ahorro y el emprendimiento son sueños de humo.
Cifras de agosto 2016, de la Superintendencia de Bancos, nos indican que el 88% de los depósitos a plazo fijo se realizan en la provincia de Panamá, seguidos por Colón, con un 5%. Las comarcas registran un 0.0008% del total depositado en estos productos financieros. Ese mismo mes, el 79% de los créditos locales otorgados fueron a la ciudad de Panamá. Las comarcas recibieron un 0.005%.
Esta distribución de riqueza concentrada en una sola provincia es una de las causas de un sistema económico que parece evitar, a cualquier costo, la diversificación. Por mucho potencial cultural, natural y humano que exista en las provincias, si no tienen riqueza, no podrán añadir valor comercial al sistema y vivir de este de manera sostenible.
Hablemos de desigualdad, porque nos afecta a todos. La desigualdad de ingresos y riqueza importa porque debilita la cohesión social, ingrediente fundamental para el buen funcionamiento del sistema de mercado. Nuestro muy humano cerebro, nos dicen los neuroeconomistas, resiente y rechaza de manera extrema cualquier dinámica que se perciba como injusta. Mientras más concentrada la riqueza, menos confianza nos tendremos entre nosotros, y ¿quién quiere darle más negocio a los notarios públicos? Así mismo, mientras más concentración de riqueza, menos incentivos existen para la experimentación y la innovación.
Mientras menos innovemos, menos oportunidades tendremos para responder a los cambios tecnológicos, demográficos y ambientales que se nos avecinan. Las soluciones a estos retos pueden incluir replantear los subsidios de ingresos, reforzar proyectos de microcrédito y asegurarse de que las leyes no favorezcan los monopolios. Pero estas soluciones las debemos encontrar juntos, seamos de izquierda o derecha. El primer paso es enfocar nuestras conversaciones con el Gobierno no en el último chisme que monten los telenoticieros para levantar rating, sino en planteamientos informados sobre la situación económica del país y sus posibles soluciones.
