En fecha reciente leí algunos ensayos dedicados a dos acontecimientos separatistas que fueron cruciales para el recuento de nuestra historia nacional. Casi todos se reducen a pomposas loas patrióticas sin precisiones fácticas. Argumentan, sin verdadero sustento, que tanto nuestra separación de Colombia en 1830 como la del año siguiente constituyen pruebas irrefutables de una aspiración independentista. Aspiración que, dicen, recorrió todo el siglo XIX, culminando en la gesta secesionista del 3 de noviembre de 1903.
Ante todo, debemos valorar estos sucesos a la luz del contexto político en el que ocurrieron, y no desde una perspectiva romántica que no aporta nada al entendimiento de nuestra historia. Los hechos narrados transcurren durante el ocaso del proyecto político de la Gran Colombia, conformada por Nueva Granada (la actual Colombia), Venezuela, Ecuador y Panamá. Es apropiado resaltar que el termino Gran Colombia empezó a usarse mucho después de los hechos que constituyeron este experimento, con el fin de diferenciarlo del Estado colombiano surgido después. Ecuador ya había proclamado su separación en mayo de 1830, y, luego de un tortuoso proceso político, Venezuela lo lograría por fin unos días después de la proclamación panameña de 1830.
Este acto separatista fue liderado por José Domingo Espinar, el brillante general que ocupaba en ese momento el cargo de comandante general del Istmo. Mulato oriundo del arrabal extramuros de Santa Ana, en la ciudad de Panamá, Espinar no solo se había forjado una admirable carrera militar. Fue además un destacado ingeniero, geógrafo, catedrático, cirujano y político.
Su valentía en el campo de batalla y su desempeño como estratega bélico en las campañas finales de las gestas independentistas contra el Imperio español –transcurridas en Ecuador, Perú y el altiplano andino– fue tan sobresaliente que llegó a convertirse en el secretario general de Simón Bolívar. El 11 de septiembre de 1830, Espinar declara la separación panameña de la Gran Colombia, no por razones patrióticas, sino para exigirle al nuevo Gobierno colombiano la restitución de Bolívar a la presidencia de la República. Este se había visto forzado a renunciar a inicios de ese año por las largas pugnas políticas e ideológicas contra los seguidores de José de Paula Santander, y luego de haber sobrevivido un atentado contra su vida en 1828, conocido como la Conspiración Septembrina. No hay necesidad de interpretar los motivos de esta separación, ya que están tajantemente planteados en los artículos 2, 3 y 4 del Acta Separatista de 1830. Pero, para muestra, aquí tienes el tercero: “Panamá será reintegrada a la República luego de que el Libertador se encargue de la Administración o desde que la Nación se organice unánimemente de cualquier medio legal”.
Exiliado hasta de su natal Venezuela por mandato de su compatriota, el caudillo José Antonio Páez, Bolívar le comunicó a Espinar que, de forma inmediata e incondicional, integrara otra vez el Istmo a la Gran Colombia. Aun habiendo fracasado en su objetivo inicial, Espinar decidió permanecer en el poder, encontrando fuerte resistencia por parte de la oligarquía panameña, que no veía con buenos ojos su procedencia y mucho menos la simpatía que había levantado entre la población negra y mulata. El prócer y caudillo José de Fábrega fue quien lideró la oposición a su proyecto político desde Veraguas, y Espinar partió hacia allá para aplacar la resistencia a su mandato. Como retaguardia, confió su comandancia de modo provisional al coronel venezolano Juan Eligio Alzuru, quien se mantuvo en la capital con parte de las tropas. Pero las cartas estaban echadas. La oligarquía logrará convencer a Alzuru de traicionar a Espinar, lo cual culminó en el siguiente movimiento independentista, en 1831. Viene más.
El autor es abogado.

