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El eclipse de los suplementos culturales de Panamá

El eclipse de los suplementos culturales de Panamá
Portada del suplemento Talingo, de La Prensa.

La mayoría de los países del mundo que hoy califican como desarrollados han enfocado sus esfuerzos, antes de llegar a serlo, en la promoción cultural de sus conciudadanos como pilar fundamental para alcanzar este objetivo, incluso poniendo en ello mayor empeño, o a la par que en la propia educación formal o el fomento de la inversión estatal y empresarial para la generación de empleos por parte de sus respectivos gobiernos.

En ese sentido, considero que en los países subdesarrollados —o en vías de desarrollo— como el nuestro, el problema radica no en uno, sino en tres aspectos fundamentales: el primero es que consideramos a la cultura como un simple elemento circunstancial o aleatorio del desarrollo. El segundo es limitar la cultura a un asunto del folklore. Y el tercero, y más grave, es que, ante la urgencia y premura por pretender resolver la inmediatez de los problemas económicos y sociales, lo último en lo que piensan los gobiernos y la propia sociedad es en apostar por la cultura como prioridad para alcanzar el anhelado desarrollo.

En el contexto agridulce de esta realidad tangible, es cierto que el arte, la música, la lectura, el teatro, la danza, los concursos literarios, las ferias de artesanías, así como la visita a museos y, por supuesto, las manifestaciones de nuestro folklore contribuyen a evitar que la cultura raizal se pierda de manera irremisible o quede limitada a un patriotismo sensiblero como el que exhibimos cuando juega nuestra selección de fútbol. No obstante, es obvio que se requiere un mayor y mejor esfuerzo estatal para alcanzar un redireccionamiento integral del papel que juega la cultura en el fomento de principios sólidos, la creatividad y el pensamiento crítico de los panameños, en procura de un desarrollo humano pleno y de la comprensión cabal de los derechos y deberes que nos competen como ciudadanos.

Es así como se podría empezar a adquirir paulatinamente la inmunidad que colectivamente necesitamos para vencer, por ejemplo, el tradicional y malsano populismo gubernamental, convertido, peor aún, en el clientelismo político que nos agobia y que se practica institucional y cíclicamente por los políticos corruptos y oportunistas que se suceden en los gobiernos, a ciencia y paciencia de nuestro empobrecimiento cultural generalizado.

De hecho, el propósito de este escrito, del cual me he apartado un tanto con esta necesaria introducción, es destacar la extraordinaria importancia de los suplementos culturales como coadyuvantes para el fomento y promoción de la cultura, los que, por cierto, en algún momento hemos tenido en Panamá en número plural y que, desafortunadamente, desaparecieron, entre otras razones, por la inercia de la realidad que antes he descrito.

En ese sentido, comienzo por destacar uno de los suplementos que, de manera especial, recuerdo con más cariño y nostalgia. Me refiero al suplemento dominical del diario La Prensa denominado Talingo, el cual empezó a publicarse el 30 de mayo de 1993 bajo la dirección de Adrienne Samos, gracias a la iniciativa del entonces presidente del diario, Roberto Eisenmann. Desde sus inicios, la junta directiva de La Prensa consideró la publicación semanal del Talingo no como un medio para obtener ganancias directas, sino como un regalo cultural para la comunidad panameña.

En el año 2002, Talingo se hizo merecedor de una prestigiosa distinción internacional: el premio holandés Príncipe Claus. En aquella ocasión, el jurado destacó, como una de las principales razones para otorgar el premio, lo siguiente: “En las páginas de Talingo se trata continuamente de establecer puentes entre la tradición y la contemporaneidad, entre lo popular y lo culto, entre lo personal y lo colectivo. En resumen, se trata de un auténtico espacio de libertad para ejercer y fortalecer el espíritu crítico y generar una reflexión seria sobre el arte y la cultura contemporánea.”

En efecto, este suplemento cultural, a través de una diversidad de lenguajes y enfoques dirigidos a distintos públicos, supo captar durante una década la ávida atención de casi noventa mil lectores, como lo indicó una encuesta que fue realizada en aquella época. Recuerdo que en casa siempre advertía a mi familia: “¡No me boten el Talingo!”. De hecho, aún conservo toda la colección hasta el número 442 —su última publicación—.

Talingo dio paso a otra publicación semanal, también del diario La Prensa, denominada Mosaico, con un enfoque más general y secciones diversas que incluían tecnología, deportes y temas sociales, además de una sección para los fanáticos de los vinos y columnas regulares de escritores renombrados como Tomás Eloy Martínez (Argentina) y Mario Vargas Llosa (Perú), quienes alternaban una columna semanalmente.

Por su parte, el diario El Universal decidió incluir en su edición dominical el suplemento Tragaluz, dirigido por el poeta José Antonio Carr, que se mantuvo varios años como una alternativa cultural importante, hasta la inesperada muerte de su director y la posterior desaparición del periódico.

De igual modo, la junta directiva de Editora Panamá América también quiso ver en la promoción de la cultura un vehículo para el desarrollo del país y decidió apostar por un periodismo cultural no tradicional, en busca de lectores más allá del promedio, pero no especializados. Así nació el suplemento cultural Día D, fundado en octubre de 2007 bajo la dirección del periodista Egbert Lewis, quien saltó de las páginas de la hípica a dirigirlo, lo cual hizo con gran tino y acierto. Recuerdo que la mayoría de los escritores panameños nos alternamos publicando artículos en Día D, entre ellos el gran amigo y varias veces ganador del premio Miró, Ariel Barría (q.e.p.d.), con su columna semanal Que la palabra te acompañe.

Fueron tiempos de feliz complicidad entre escritores, artistas, ciudadanos comunes y medios de comunicación impresos para poner de relieve otros temas del acontecer nacional, que no se agotan en el asfixiante devenir político ni en las dificultades diarias como la falta de agua, el tranque o el alza de los precios de la canasta básica.

No obstante, algo ocurrió en el camino. El hilo se rompió. Las salas de redacción decidieron priorizar las necesidades del mercado. Perdimos la magia del alfarero. Por su parte, la globalización y el uso de internet convirtieron al quehacer cultural en un tema “alienígeno” que aparece de vez en cuando en las páginas de los diarios, más para decir “cumplimos” que por la convicción de que la promoción cultural es necesaria para apuntalar la identidad nacional y la propia democracia.

El periodismo cultural sigue haciendo ingentes esfuerzos por sobrevivir. La excusa válida en el mundo empresarial es que no atrae anunciantes. Cierto es que vivimos en una sociedad de mercado que no podemos ignorar, pero, aunque el mercado sea un factor ineludible, no debe ser nunca el primordial.

Los temas culturales son importantes porque complementan las noticias, fomentan el análisis y la reflexión. Además, los suplementos culturales contribuyen a la preservación de la identidad cultural y promueven el diálogo entre creadores y lectores.

Recordemos nada más que el periodismo en los primeros años de la República estuvo en manos de intelectuales y poetas. Gaspar Octavio Hernández, por ejemplo, murió sobre su máquina de escribir en la sala de redacción del periódico para el que trabajaba, y constituye un buen ejemplo de lo que estamos diciendo. No en balde, en su honor se celebra el Día del Periodista en Panamá.

El autor es escritor y pintor.


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