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El Gato Soñador: Imagínense un Gobierno

Soñar para innovar es como leña para el fuego. Sin esa chispa, nada empieza. Imaginen por un momento cómo funcionan las cosas cuando las ideas existen, pero el sistema no siempre las acompaña. Permítanme plantearles una perspectiva diferente.

Imagínense un gobierno.

No uno en particular, ni uno real.

Uno posible.

Uno donde las ideas existen, los diagnósticos están claros y los equipos técnicos y académicos trabajan incansablemente. Los aliados internacionales acompañan, las organizaciones cívicas insisten, y aun así la maquinaria avanza despacio o ni siquiera arranca. No por falta de talento, sino por cómo está diseñado el sistema: capas sobre capas, tipo cebolla; procesos superpuestos; recursos divididos; esfuerzos disonantes. Reman con fuerza, pero en un laberinto. Saben que el diseño es complejo, pero también que es posible avanzar con voluntad.

Imagínense cada institución avanzando, pero desde su esquina, con lo que puede. Ciudadanos que quisieran que estas ideas se conviertan en realidad, pero que observan desde la distancia con resignación y desconfianza.

Ahora imaginemos cómo se vive desde adentro. Un proyecto nace con entusiasmo: un portal digital, una app, una plataforma de datos, un piloto de innovación, una nueva política pública. El problema no es comenzar; es sostenerlo. Mantenerlo vivo después de presentarlo, sin que se diluya entre cambios de personal, rotación política, auditorías interminables, protocolos rígidos o presupuestos que llegan en migajas.

Un imaginario donde abundan ideas que nacen y mueren, que se anuncian pero nadie mantiene, que se presentan como avances y terminan archivadas. El Estado arranca, pero rara vez sostiene. Y no porque no quiera, sino porque el diseño no ayuda.

Aun así, también es un escenario donde muchos gatos remadores silenciosos luchan contra la corriente. Gatos técnicos que no salen en fotos; gatos institucionales que intentan alinear procesos; gatos aliados que vienen desde instituciones de gobierno, la empresa privada, la academia y otras organizaciones que sostienen, acompañan y empujan; y también los gatos ciudadanos, que sin saberlo son pieza clave de cualquier transformación. Porque por más que un gobierno quiera innovar, sin ellos —que usan, cuidan, reportan, exigen, participan y sostienen— es imposible ejecutar y aún más difícil mantener los proyectos en pie. Su contribución rara vez es reconocida, pero sin ellos muchos esfuerzos ni siquiera existirían.

Ahora imaginen una escena: cada día, algunos intentan empujar una piedra hacia la cima de una colina. La piedra es la innovación pública. La colina es el sistema. Y cada avance encuentra una resistencia diferente: falta de gobernanza, presupuesto, coordinación o continuidad. Y cuando al fin avanza, cambia la administración y la piedra rueda cuesta abajo otra vez. Un ciclo que recuerda a Sísifo: esfuerzo repetido, agotador y perpetuo. Pero, a diferencia del mito, aquí no falta voluntad, sino estructura.

En este gobierno imaginario se repite un mantra: lo perfecto es enemigo de lo bueno. Pero existe otro más revelador: lo bueno puede ser enemigo de lo hecho. Lo “suficientemente bueno” a veces se convierte en excusa, y mientras se pule, el ciudadano sigue esperando.

Imagínense entonces que este gobierno decide hacer algo distinto: avanzar aunque no sea perfecto, entregar aunque falte ajustar, comenzar aunque la ruta no esté del todo clara. Un gobierno que entiende que un proyecto imperfecto pero real genera más valor que uno que permanece engavetado. Un gobierno que se atreve a empujar no solo la piedra, sino también a rediseñar la colina.

El progreso, incluso en escenarios hipotéticos, pertenece a quienes se atreven a entregar. A quienes convierten intenciones en acciones, pilotos en datos, datos en decisiones y decisiones en servicios. A quienes transforman, con voluntad, las intenciones en resultados.

Al final, la imaginación es más que un escape: es un reflejo de lo que podemos ser. Lo que imaginamos revela lo posible. Un gobierno así, no perfecto pero activo, ejecutando, aprendiendo y ajustando, no es ingenuo. Es la consecuencia lógica de un sistema que decide alinearse con su propia voluntad de avanzar.

Imagínense un gobierno así.

Debe ser posible.

El autor es ciudadano con 17 años de vivir en Panamá.


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