El indulto total que el presidente Trump otorgó al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández ya ha transformado la política en Honduras, y su impacto se percibe ahora mucho más allá de Centroamérica. El indulto hizo algo más que corregir una acusación defectuosa en Estados Unidos: influyó en una elección nacional y demostró que Washington, cuando decide actuar con firmeza, aún puede alterar realidades políticas en todo el hemisferio.
Honduras acaba de celebrar elecciones cruciales, cuyos resultados fueron contundentes. La mandataria socialista, que había alineado al país con los gobiernos de Venezuela y Cuba, terminó en un lejano tercer lugar. Ese desplome no fue una coincidencia. El indulto de Trump reactivó la base política de Hernández, devolvió legitimidad a fuerzas largamente marginadas y reabrió un debate nacional que el partido gobernante buscaba evitar.
Este episodio revela verdades geopolíticas más profundas sobre América Latina, la justicia penal y la influencia global.
Durante años, Hernández fue uno de los socios más sólidos de Washington en la región. Su gobierno amplió extradiciones, apoyó los esfuerzos antinarcóticos estadounidenses y desmanteló operaciones de carteles que amenazaban la estabilidad regional. Ese actuar le ganó enemigos implacables. Los principales testigos que lo acusaron en la corte estadounidense no eran neutrales ni confiables: eran narcotraficantes y sicarios extraditados por decisiones tomadas durante su administración. Buscaban indulgencia o venganza, y su testimonio sin corroboración se convirtió en la base de una condena sin evidencia física.
El indulto de Trump reconoció lo que muchos en América Latina ya sospechaban: que el caso contra Hernández estaba comprometido, construido sobre la palabra de criminales con incentivos evidentes. Ningún sistema de justicia debería aceptar ese estándar para ningún acusado, y menos aún para un jefe de Estado extranjero cuyas políticas habían debilitado el poder de esos mismos criminales.
Pero el significado global radica en lo que el indulto desencadenó.
Al devolver la libertad a Hernández y poner en duda la legitimidad de su condena, el indulto reenergizó a un amplio sector del electorado hondureño que se sentía marginado. Ese electorado votó masivamente. La coalición conservadora avanzó, y el gobierno socialista —antes confiado en la reelección— se derrumbó. El mapa político hondureño cambió de la noche a la mañana, y la influencia de Washington en el país aumentó de inmediato.
Esto no es solo una historia hondureña. En toda América Latina, líderes, movimientos políticos e incluso redes criminales están analizando lo ocurrido. El mensaje es claro: un indulto presidencial estadounidense, usado en el momento adecuado, puede redefinir narrativas políticas, cuestionar procesos judiciales dudosos y contrarrestar el avance de alineamientos autoritarios.
Las implicaciones son globales. Estados Unidos ha tenido dificultades para equilibrar sus procesos legales con sus intereses geopolíticos. En el caso de Hernández, ambas dimensiones chocaron. La condena original —basada en testigos poco confiables— debilitó a un aliado proestadounidense y fortaleció sin querer a fuerzas políticas adversas. El indulto revirtió esa dinámica. Mostró que Washington está dispuesto a reevaluar casos de alto perfil cuando intersectan con la seguridad nacional, la estabilidad regional y la credibilidad de su sistema judicial.
El mundo entra en una etapa en la que herramientas políticas no tradicionales adquieren mayor importancia. Un indulto puede parecer un instrumento interno, pero en este caso se convirtió en un acto diplomático de alto impacto. Recordó a América Latina que las alianzas con Estados Unidos aún importan; advirtió que las condenas basadas en testimonios de carteles no quedarán sin revisión; y señaló que Washington podría estar retomando una política exterior más firme y guiada por intereses estratégicos.
Los críticos del indulto sostienen que los líderes extranjeros deben rendir cuentas. Ese argumento es válido, pero la rendición de cuentas exige pruebas creíbles. Cuando una acusación se basa casi por completo en la palabra de criminales, y cuando sus consecuencias geopolíticas son tan profundas, la reconsideración no solo es justificable: es necesaria.
Los resultados electorales en Honduras demuestran que esta decisión fue más que simbólica. Transformó la política del país, debilitó a actores contrarios a Estados Unidos y reactivó la participación cívica entre ciudadanos que se sentían ignorados. El mundo debe tomar nota: cuando Estados Unidos corrige un caso defectuoso y reafirma claridad estratégica, los efectos pueden ser inmediatos y de gran alcance.
El indulto de Trump a Juan Orlando Hernández fue la decisión correcta. Su impacto se sentirá en toda América Latina y más allá.
El autor es estratega político y fundador de Hockomock Digital.

