Nuestra principal posesión de capital no es un recurso físico, sino la naturaleza comercial de nuestra economía basada en los servicios. Pero, ¿qué significa esto para los ciudadanos? Aunque Panamá cuenta con importantes reservas de recursos naturales, hídricos y marinos, desde hace más de 500 años hemos sido un país dedicado a facilitar los lazos comerciales y culturales del mundo. Incluso, si retrocedemos más de cinco siglos, podemos observar cómo nuestro istmo ha sido un punto vital para el intercambio de biodiversidad y de población entre América del Norte y América del Sur.
Tan solo en el año fiscal 2024, el Canal de Panamá generó más de 4,900 millones de dólares en ingresos. Sin embargo, esta suma no representó ni el 10% del Producto Interno Bruto (PIB) de ese mismo año. Aun así, la existencia de esta vía interoceánica es fundamental para sostener el resto de los servicios logísticos, financieros y comerciales que Panamá ofrece a la economía global.
El país cuenta con múltiples condiciones que le permitirían diversificar y potenciar su economía. En primer lugar, el acceso a dos océanos y su posición geográfica estratégicamente diseñada lo convierten en uno de los principales corredores de tránsito marítimo del planeta. Esto ha permitido que el istmo reduzca distancias y tiempos en un comercio internacional cada vez más dinámico.
En segundo lugar, el sistema logístico integrado, derivado de nuestra condición de país marítimo, nos brinda acceso a infraestructuras clave para el tránsito de bienes, productos y materias primas. Puertos de clase mundial como Manzanillo International Terminal, Balboa, Cristóbal o la Zona Libre de Colón, entre otros, nos han convertido en un referente regional para el comercio marítimo y la distribución. Sin embargo, la falta de actualización, mejora y expansión de estos centros logísticos nos está rezagando frente a nuestros principales competidores y pone en riesgo la competitividad futura del país.
La estabilidad monetaria gracias al dólar, la relativa continuidad política y las plataformas financieras con bancos especializados son esenciales para el éxito de Panamá. Pero el capital humano debe estar mejor preparado para enfrentar los desafíos y aprovechar las oportunidades del futuro. Aunque parece evidente, la realidad es que no estamos invirtiendo lo necesario en desarrollo tecnológico, lo cual nos impide mantenernos a la vanguardia de las oportunidades comerciales venideras.
Panamá debe proyectarse como un centro de operaciones tecnológicas que complemente su actual legislación orientada al servicio internacional. Considerando que los servicios representan más del 75% del PIB nacional, esta es nuestra mejor apuesta para promover empleos formales, dignos y bien remunerados.
El establecimiento de nuevas sedes de empresas multinacionales es vital para atraer inversión extranjera. Panamá posee la mejor ubicación geográfica para gestionar relaciones y operaciones comerciales en América Latina. Sin embargo, esto debe ir acompañado de mayor innovación y de un firme compromiso público-privado. Debemos abandonar el nacionalismo vacío y enfocarnos en corregir lo que no está funcionando en nuestra sociedad, comenzando por las habilidades y competencias de los panameños para acceder a mejores oportunidades laborales.
Aquí me permito referirme al trabajo del ex primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, quien —en su afán por transformar el futuro de una isla sin grandes recursos naturales— convirtió a Singapur en uno de los países más prósperos del mundo. Es cierto que algunos de sus métodos siguen siendo cuestionados, pero no cabe duda de que al priorizar la capacidad de su país para ofrecer servicios al mundo y al preparar a su población para ello, Singapur logró alcanzar una notable estabilidad económica para sus ciudadanos.
La solución no está en replicar un modelo ajeno en su totalidad, pero sí podemos aplicar tres medidas clave inspiradas en la experiencia de Singapur:
Fortalecer el bilingüismo y establecer el inglés como una lengua oficial de uso cotidiano;
Actualizar nuestro sistema educativo y los planes de estudio vocacionales y técnicos, asegurando que nuestros docentes cuenten con las mejores herramientas pedagógicas y formación profesional; y
Adoptar una política de cero tolerancia frente a la corrupción.
En Singapur, un diputado o miembro del Parlamento puede percibir más de 140,000 dólares anuales, pero los altos estándares requeridos para ocupar esos cargos, junto con rigurosos controles legales para prevenir la corrupción política, han contribuido significativamente a su desarrollo. En contraste, la realidad panameña parece alejarnos de un futuro semejante.
Por ello, ha llegado el momento de poner orden en casa. El primer paso podría ser la promoción de una legislación que elimine la prescripción de los delitos de corrupción y contra la administración pública, así como una ley de extinción de dominio y un marco más estricto de rendición de cuentas —tanto financiera como ética— para nuestros representantes políticos.
Para construir un mejor país, debemos tener mejores personas en la gobernanza y en la administración pública.
El autor es internacionalista.
