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El microcuento: la mentira instantánea

“Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño”. Esta belleza de texto es un microcuento y su autor es Miguel Saiz Álvarez.

Aunque el minicuento o microcuento tiene antecedentes de parientes lejanos como las parábolas, las sentencias, las máximas, los pensamientos, las anécdotas, los fragmentos, los aforismos, los avisos, las greguerías, los apotegmas, las frases, los dichos, los adagios, los proverbios, los ejemplos, los epigramas, los refranes, los kenningar, las citas y el adagio, el minicuento es una de las formas de la ficción que ha sabido, con el tiempo, valerse de todas las estructuras posibles para crear micro universos fascinantes. Como cualquier otra ficción, los microcuentos son pequeñas grandes mentiras.

Un minicuento, como la misma palabra lo dice, es una estructura prosaica que contiene una historia con la organización o disposición que el cuento común y corriente tiene: un personaje que atraviesa por una situación, un inicio, un desarrollo, un conflicto y un final. La diferencia con un esquema de cuento modelo sería que el minicuento sintetiza con mayor brevedad la anécdota narrada. Para decirlo de otra forma, el minicuento es el bonsái de la prosa.

El microcuento tiene también afinidad con la poesía. Basho decía que el “haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento”. Un haiku es un poema, con una métrica particular, que trata de describir de forma brevísima una escena, vista o imaginada desde la poesía; un microcuento es un suceso mínimo que se relata desde la prosa. El minicuento es un texto descriptivo, como el haiku; salvo que el poema japonés tiene una estrecha relación con el camino del zen y la naturaleza.

El minicuento no es tan joven. En una crónica que encontré en la revista Reseña libros y literatura (año 14, número 21 2002) podemos leer: “El microcuento -o antepasados suyos provistos de otros nombres- ya disfrutó del gusto popular al término de la Edad Media y en el Renacimiento. Circularon entonces profusamente colecciones donde conviven con otras múltiples formas breves y a veces ni tan breves: en España están El sobremesa y alivio de caminantes de Juan de Timoneda, Diálogos de apacible entretenimiento de Gaspar Lucas Hidalgo, Floresta de Melchor de Santa Cruz y las recopilaciones de Juan de Arguijo…”

En otras ocasiones hemos explicado que un cuento tampoco es un chiste. En nuestro país solemos confundir el concepto chiste que, según el DRAE, es un dicho, ocurrencia o “historieta” breve que es graciosa. Por su brevedad, el chiste es comparado con un cuento. El chiste, pese a que estructuralmente tiene una acción y un personaje, no es un cuento. No lo es porque el chiste no tiene una intención estética; el cuento sí la tiene.

Hay chistes aforísticos que, más allá de imprimir gracia, buscan hacer una reflexión: “Un profesor neoyorquino dice que los hombres casados tienen más inventiva que los solteros. ¡Qué otro remedio les queda!” O con un contexto cultural implícito: “Se ha desenterrado de una cancha de fútbol una dentadura y un par de botas. Se supone que el resto del árbitro debió de escapar con vida”. O cierto humor negro: “Se ha dicho que un jefe caníbal se comió a su suegra, a su suegro y a dos cuñados. Vivía, como si dijéramos, a costa de la familia de su mujer” (revista Reseña libros y literatura). Aun así, no son un cuento.

Recientemente, participamos en una mesa literaria titulada La minificción panameña en el mundo, en el marco del Segundo Encuentro de Minificción Centroamericana. Una de las preguntas que nos hicieron es si existe una diferencia entre el microcuento y el minicuento. Creemos que no hay ninguna diferencia entre estas categorías. De hecho, nomenclaturas como microrrelato, cuento minúsculo, cuento miniatura, cuentículo, cuento ultracorto, con las que se ha denominado esta forma del cuento, son lo mismo. Tal vez, es más discutible la noción de “minificción”, porque aquí hay un universo más amplio donde, incluso, entra la poesía.

El Encuentro sobre Minificción Centroamericana sirvió para profundizar en un tema de la literatura que no es nuevo en Panamá, pues escritores como Rogelio Sinán ya habían cultivado el cuento breve. También sirvió para conocer a otros escritores que han surgido en los últimos años y que se pueden leer en dos libros de referencia importante, que son: Tierra Breve. Antología centroamericana de minificción (2017), de Federico Hernández Aguilar, y Minificcionario. Compilación histórica selecta del minicuento en Panamá (1967-2018), de Enrique Jaramillo Levi, publicado en el 2019. En el primer libro hay una representación responsable de escritores panameños y el segundo está dedicado a la literatura nacional.

Tal vez el microcuento o minicuento podría ser una hermosa forma de acercar a los niños y jóvenes a la literatura y al gusto por la lectura. Pienso en esto porque las lecturas breves tienen una capacidad más efectiva de cautivar y el lector principiante puede aprehender y retener con mayor facilidad la acción y las secuencias de la historia lo que permite apreciar mejor la creatividad y su relación con el mundo. Ojalá en algún momento haya más espacios democratizadores donde fluya la brevedad de los buenos cuentos, porque pueden llevarse en el bolsillo o en la punta de la oreja.



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