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El ministro humanista



En el reciente Knockout con el ministro de Economía, las respuestas del autodenominado humanista dejaron aún más dudas sobre la misión de este gobierno. Al ministro se le olvidó utilizar una narrativa que reflejase que entiende las necesidades estructurales del país. En su lugar, sus respuestas se suman a la de sus colegas en el Gabinete que buscan hacernos creer que trabajan para una corporación y no como parte de un gobierno democrático.

Un gobierno no se trata solo de cuadrar cifras, usar repetidamente términos como quiebra y deuda o recordarnos que pidamos factura. En una democracia, la economía debe funcionar para todas las personas, buscando que se reduzca el conflicto inherente en las diversas necesidades de los ciudadanos. Pero lo que vemos hasta ahora es una gestión que sigue enfocada en satisfacer las demandas de los grandes negocios, especialmente los extranjeros. Aunque la inversión extranjera siempre será parte fundamental de una política macroeconómica de un país donde la élite económica ha decidido no tener soberanía monetaria, no debería convertirse en una excusa para debilitar la democracia.

Un plan de gobierno que se limitó a prometer más chen chen se ha convertido en la brújula que usan el grupo de líderes del sector público de turno. Con tan débil instrumento de navegación, la capacidad del país de evolucionar más allá de la simple estabilización económica se ve limitada. Además de confianza, el país necesita generar una hoja de ruta. ¿Qué es lo que necesita el país? ¿Cuáles son las mejores herramientas para lograrlo? ¿Quiénes quieren ser parte de procesos para alcanzar estas misiones? Y esto no necesita de extensos períodos de consultas ni largos documentos de diagnósticos. En Panamá, casi todo lo que se tiene que saber sobre las necesidades y herramientas efectivas para el desarrollo ya se ha escrito varias veces. Esto no es un problema económico. Es un problema político: de decidir hacerlo, con quién hacerlo y comprometerse a que se ejecute dentro del marco de instituciones democráticas.

Basados en misiones se puede entonces hablar de asociaciones públicas privadas, donde personas naturales, negocios, organizaciones sin fines de lucro, sindicatos de trabajadores y empresarios, grupos sociales, culturales y políticos que compartan estas ambiciones se comprometan a trabajar con el gobierno para lograrlas. Ahora mismo estas asociaciones parecen no ser más que una táctica para evitar aumentar el déficit en los libros y pasarle el paquete al siguiente gobierno.

Pero el Knockout nos deja claro que es poco probable que esto suceda. Que el ministro encargado de las finanzas, planificación y presupuesto del gobierno se describa como humanista, es una táctica que disfraza el neoliberalismo con un rostro más amable. Sus acciones revelan sus preferencias, como decimos los economistas. Y sus actos demuestran una fe inquebrantable en el libre mercado y en la minimización del papel del Estado. El humanismo al que se refiere el ministro no es más que una versión suavizada del neoliberalismo, donde las decisiones se justifican bajo la apariencia de cuidar a las personas, pero en realidad perpetúan un sistema que favorece a los grandes actores económicos, dejando a las mayorías fuera de los beneficios prometidos. En Francia, Macron se describe como tal, pero su administración ha enfatizado la liberalización económica, la reducción del papel del Estado y las políticas que priorizan la competitividad global sobre el bienestar social de las clases trabajadoras y las personas que no son beneficiadas por el modelo económico existente. Es poco probable que lleguemos a tener una serie de misiones gubernamentales que incluyan a todos los sectores del país. Pero por lo menos pueden dejar de disfrazarse de humanista.

El autor es economista


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