Cuando se aborda el tema de las adicciones, las disciplinas que suelen dominar el análisis son la medicina, la psiquiatría y la psicología. Este predominio responde a un paradigma biomédico que ha invisibilizado el aporte técnico del trabajo social forense. En muchos entornos institucionales persiste la idea errónea de que el trabajador social solo recolecta datos socioeconómicos o gestiona recursos, ignorando su rol como experto en salud psicosocial.
Desde su formación, el trabajo social forense permite analizar fenómenos complejos como las adicciones de forma ética, técnica e integral. Sus informes periciales no se limitan a describir hechos, sino que analizan estructuras sociales, dinámicas familiares, redes comunitarias, ciclos de violencia y condiciones históricas que inciden en la conducta. El modelo ecológico del desarrollo humano de Urie Bronfenbrenner sustenta esta mirada, al proponer que el comportamiento humano surge de la interacción entre niveles personales, familiares e institucionales. Esta visión se enriquece con la teoría general de sistemas de Ludwig von Bertalanffy, que plantea que ningún individuo puede comprenderse de forma aislada, ya que cualquier alteración en una parte del sistema impacta al conjunto. Asimismo, Salvador Minuchin y Murray Bowen coinciden en que una crisis individual como el consumo de sustancias afecta directamente al entorno familiar y social.
A pesar de este respaldo teórico y técnico, el papel del trabajador social sigue siendo invisibilizado en muchos espacios judiciales y clínicos. Esta omisión no solo excluye una perspectiva clave, sino que limita la eficacia de la respuesta institucional. Abordar las adicciones solo desde el enfoque clínico resulta superficial. Sin un diagnóstico claro de los factores sociales que las sostienen —como la pobreza, la exclusión o la violencia estructural—, cualquier tratamiento corre el riesgo de ser incompleto e ineficaz.
En países como Estados Unidos, Canadá, Australia y Costa Rica, la incorporación del trabajo social en sistemas judiciales ha generado resultados positivos y sostenibles. Cuando el informe forense es reconocido como herramienta técnica —y no como un relato anecdótico—, se abren nuevas posibilidades para comprender los casos en su complejidad y formular respuestas más humanas. Los tribunales de tratamiento de drogas en Nueva Zelanda y Canadá, o los equipos psicosociales en los juzgados de familia en España, han demostrado que la inclusión activa del trabajo social permite articular justicia, salud y comunidad.
Estas experiencias confirman que el trabajo social forense no solo es viable, sino imprescindible para abordar las adicciones desde una mirada integral. El académico brasileño José Paulo Netto, referente del trabajo social latinoamericano, advertía que el trabajador social no debe ser visto como un asistente, sino como un intelectual crítico con capacidad para intervenir técnicamente en los procesos sociales. Esta afirmación cobra especial relevancia en el campo de las adicciones, donde el informe pericial debe interpretar el entorno, los impactos emocionales, los factores de exclusión y los recursos disponibles para una verdadera reinserción.
Desde nuestra experiencia, hemos constatado que los casos más difíciles no son siempre los de mayor consumo, sino aquellos en los que el entorno —familiar, institucional, económico— ha fallado de forma sistemática. En estos casos, el informe pericial no solo orienta decisiones judiciales, sino que también puede contribuir a procesos de reparación más justos y eficaces.
Hoy más que nunca, es urgente reconocer al trabajador social como experto en salud psicosocial, especialmente en el abordaje de las adicciones. Las universidades deben fortalecer la formación en diagnóstico forense y salud mental; los equipos interdisciplinarios deben integrar al trabajador social como un actor técnico activo; y la sociedad debe entender que, sin lo social, no hay salud posible.
Revalorizar el rol del trabajo social en este campo no es solo una necesidad profesional, sino un paso esencial hacia respuestas más humanas, integrales y sostenibles frente a una problemática que sigue creciendo. Las adicciones no se comprenden solo desde el laboratorio o el diván, sino también desde la calle, el hogar, las instituciones y la historia. Y ahí, el trabajador social tiene mucho que decir.
Las autoras son trabajadores sociales forenses.

