Acabo de leer un escrito que circula en redes y que concluye diciendo: “Hoy Panamá necesita un periodismo valiente y crítico, pero también transparente sobre quién financia, quién pauta y quién se beneficia del relato. Porque la democracia no se destruye solo con corrupción. También se destruye con manipulación mediática en nombre de la ética.”
Es evidente que el autor de este escrito intenta hacer quedar mal al periodismo independiente y, al mismo tiempo, justificar a los medios y periodistas que se hacen eco de todo lo que se genera desde el gobierno. No hay que tener dos dedos de frente para percatarse de ese propósito.
El cuestionamiento a la transparencia es válido cuando se aplica con honestidad intelectual y no como arma para desacreditar. Sugerir de forma directa o velada, que el periodismo independiente manipula la información mientras otros actores mediáticos actúan con pureza ética es, como mínimo, una lectura interesada de la realidad panameña.
En Panamá, ejercer un periodismo verdaderamente valiente y crítico tiene costos. Costos políticos, porque confronta al poder; costos económicos, porque la independencia suele pagarse con retiro de publicidad, cierre de espacios y bloqueo financiero; y costos personales, porque cuando el silencio no se logra por presión institucional, se intenta por intimidación. Las amenazas incluso de muerte no son una exageración retórica: son una realidad que muchos periodistas independientes han vivido.
Quienes cuestionan al periodismo que incomoda rara vez mencionan estas consecuencias. Tampoco suelen hablar del contexto en el que operan los medios independientes: sin protección del Estado, sin el respaldo económico de grandes anunciantes gubernamentales y bajo constante escrutinio de quienes prefieren un periodismo dócil, complaciente y alineado al discurso oficial.
La manipulación mediática no ocurre únicamente en redacciones incómodas para el poder. Ocurre, sobre todo, cuando se renuncia a fiscalizar, cuando se maquillan los errores del gobierno, cuando se confunde información con propaganda y se normaliza el aplauso como línea editorial. Eso también es manipulación, aunque se revista de “equilibrio” y “responsabilidad”.
Decir que la democracia se destruye con manipulación mediática es cierto. Pero omitir quién manipula, desde dónde y con qué intereses, es otra forma de manipular. El silencio selectivo, la autocensura y el alineamiento sistemático con el poder también destruyen la democracia, aunque no generen titulares incómodos ni fricciones políticas.
El periodismo independiente en Panamá no necesita justificaciones morales de quienes nunca han asumido los riesgos de incomodar. Necesita garantías, respeto y un debate honesto. Quienes hemos pasado décadas en los medios sabemos cómo se tejen los hilos, cómo se construyen los silencios y cómo se premia la obediencia disfrazada de ética.
Defender al periodismo independiente no es defender errores que los hay, sino defender la pluralidad, la crítica y el derecho ciudadano a una información no administrada por el poder. Sin ese contrapeso, la democracia no se fortalece: se vacía.
Panamá no necesita menos periodismo incómodo; necesita menos complacencia. Necesita menos micrófonos al servicio del poder y más preguntas sin permiso. Porque cuando el periodismo renuncia a incomodar, deja de ser periodismo y se convierte en protocolo.
Quienes hoy señalan al periodismo independiente deberían explicar por qué molestan tanto las voces críticas y por qué incomodan tan poco los aplausos. Deberían decir, con la misma vehemencia que exigen transparencia ajena, a quién sirven sus silencios y qué intereses protegen con su narrativa selectiva.
El verdadero peligro para la democracia no es el periodista que investiga, cuestiona y denuncia, sino el que justifica, encubre y normaliza el abuso desde una supuesta superioridad ética. Ese periodismo no informa: administra la obediencia.
Sin periodismo independiente no hay control del poder, no hay debate real y no hay ciudadanía informada. Hay escenografía democrática y relato oficial.
Y conviene decirlo sin rodeos: cada ataque, cada descalificación y cada amenaza contra un periodista crítico no debilita al periodismo independiente, desnuda al poder que no tolera ser vigilado. Hoy más que nunca, defender al periodismo que incomoda no es una opción editorial; es una obligación democrática.
El autor es periodista
