Faltan aún 15 meses para las próximas elecciones y el panorama, al menos por ahora, está muy nublado.
Cuando a los habitantes de un país con los niveles de educación tan paupérrimos como los que venimos demostrando evaluación tras evaluación desde hace 10 años, se les da la responsabilidad de escoger gobernantes, difícil que el resultado pueda salir bien (y eso que aún no se ha evaluado a los estudiantes “remotos” que impuso la pandemia por casi dos años).
Además, cuando llevamos tres años y medio siendo testigos de cómo las estrategias electorales siguen basándose simplemente en el clientelismo más elemental, regalando jamones, bicicletas, bloques, cervezas o botellas (no de cerveza, sino de las otras), todo hace pensar que el plan de esta gente que ha gobernado exclusivamente pensando en ellos mismos, no va a variar en nada.
Pero veamos cómo anda Panamá. Con los funestos Panama Papers, se hizo evidente ante el mundo que el sistema legal del país puede ser usado como trampolín para favorecer todo tipo de maleanterías financieras. La inclusión en listas grises y negras de organizaciones financieras globales, la mención del istmo en esquemas de lavado de dinero, sea por ventas de armas, evasión fiscal, narcotráfico o simple robo, y la directa mención de un expresidente como objetivo directo de la lucha contra la corrupción por parte del Secretario de Estado de Estados Unidos, como que no hace a Panamá un socio confiable para nadie que no quiera verse metido en chanchullos.
A todo esto, hay que sumarle que, a nivel local, siguen los escándalos de corrupción, los contratos amañados, un sistema judicial nada confiable, empresas creadas para facilitar negocios de allegados al poder, un Tribunal Electoral cada vez más cuestionado y el cinismo con que hablan personas señaladas como parte del problema. El trabajo que tenemos los panameños para sacudirnos toda esta carroña es complejo.
Si algo nos ha quedado claro desde las últimas elecciones, es que el poder real radica en la Asamblea. No es solo un problema de carácter o no del Órgano Ejecutivo, sino que al final, la Asamblea tiene la sartén por el mango y nos tiene a todos (incluyendo al presidente y sus ministros) nadando en el aceite caliente.
Por eso, la prioridad electoral tiene que ser deshacerse de esa mara que controla el Órgano Legislativo. Lo primero que propondría es convencer a los ciudadanos que hay que votar por una sola persona y dejar de votar “en plancha”, lo que hace que los mismos votos puedan ser contados varias veces para beneficiar a los partidos de siempre en la asignación de las curules por cociente, medio cociente, residuos y desperdicios (que es lo que terminan siendo). Con una buena estrategia, pensada puntualmente para sacudirnos a esa gente (como el “no a reelección”), seguramente mejoraríamos el ambiente de la 5 de Mayo.
Sin embargo, que la gente que uno identifica ajena al sistema tradicional clientelista no haya hasta ahora sido capaz de unirse en una sola fuerza de depuración, da pocas esperanzas de que se vaya a lograr finalmente un frente común contra todo ese desastre que nos come las tripas hace décadas. Incluso, entre quienes muchos pensamos son la esperanza de solución, la lucha individual por el poder sigue siendo más fuerte de lo conveniente.
En cuanto a la carrera por la Presidencia, el panorama está complicado. Ya sabemos que el vicepresidente competirá por la candidatura presidencial (en realidad lo sabíamos desde el día que fue anunciado como compañero de fórmula del presidente Cortizo). Hasta este momento, no he encontrado una sola persona que me haya dicho que piensa votar por él. Todos, absolutamente todos los ciudadanos a los que he preguntado, me han manifestado repudio hacia su candidatura. Es un hecho que el PRD parece estar tratando de dividir al máximo el voto en su contra, para ganar con un 25% o 30% de apoyo y llegar al poder, aunque no represente a nadie. Además, su experiencia en chanchullología da mucho recelo.
El expresidente Martinelli, entre enredos judiciales, sigue hablando de una candidatura, a pesar de que pinta difícil que no se desmorone, bien sea por sus casos pendientes en Panamá o por la amenaza de la Lista Clinton, que Estados Unidos mantiene para poner en jaque sus negocios y los de sus asociados, en cualquier momento. Personalmente, tengo dudas que tenga tanto apoyo como presumen sus allegados. Son un grupo que hace ruido y no mucho más.
Por el lado de la oposición, parece un hecho que Rómulo Roux y José Blandón intentarán volver a ser candidatos. Todo el mundo habla de que deben unirse, pero parece poco probable que logren apoyo significativo.
Ricardo Lombana, que en la última elección demostró real capacidad para reclutar apoyo casi sin recursos, ahora tiene su Movimiento Otro Camino, en el que participa gente que seguramente tendrá aspiraciones políticas a futuro. Eso puede complicar el discurso de resolver los problemas sin tener que pensar en la siguiente elección.
Después quedan los partiditos residuales, Alianza, Molirena, Populares, los fanáticos de País y el FAD, que seguro renacerá en unos meses, para desaparecer en mayo de 2024. Como siempre, esos buscarán alguna curul por residuo, que les permita seguir succionando la ubre del Estado, que al final es su objetivo.
Si bien aún falta bastante, ya se comienza a perfilar lo que será la próxima campaña, que seguramente será tan vacía como las anteriores, ignorando o mintiendo descaradamente sobre problemas verdaderamente graves como la crisis de la CSS, el rescate de la imagen de Panamá en el ámbito internacional y la lucha contra la corrupción. El caso es que esto no pinta nada bien...
El autor es médico
