El lunes, el Hospital del Niño anunció la suspensión de cirugías electivas. No por falta de anestesia ni porque los quirófanos estén cerrados por remodelación, sino porque las salas están otra vez desbordadas de cuadros respiratorios en niños. Hay que liberar camas, aunque el costo lo paguen familias que esperaban desde hace meses un procedimiento quirúrgico.
La historia no es nueva. Cada temporada respiratoria Panamá repite el mismo libreto: salas de hospitalización saturadas, unidades de cuidados intensivos al límite y médicos que deben elegir entre priorizar emergencias y postergar lo “no urgente”. Todo por cuadros virales, siendo el virus respiratorio sincicial (VRS) uno de los principales responsables, y que ya sabemos cómo prevenir.
Mientras tanto, en Chile, en la primera temporada (2024) de uso nacional de nirsevimab, la historia fue otra: cero muertes en menores de un año por VRS y hasta un 95% menos de hospitalizaciones respecto a años previos. ¿Resultado? No hubo familias llorando la muerte de un bebé a causa de este virus, ni hospitales colapsados, ni cirugías canceladas. Allá, los recién nacidos estuvieron realmente protegidos.
Y no, no se trata de ciencia ficción. Panamá tiene sobre la mesa datos propios, con modelos matemáticos ajustados a nuestra realidad. El estudio publicado este año en Expert Review of Pharmacoeconomics & Outcomes Research por el Dr. Xavier Sáez-Llorens y colaboradores concluye que la estrategia de inmunización con nirsevimab —particularmente en modalidad estacional con catch-up— sería la más costo-efectiva, capaz de evitar miles de hospitalizaciones y muertes infantiles. Traducido: invertir en prevención es más barato, más efectivo y más humano que seguir apagando incendios en hospitales colapsados.
Entonces, ¿por qué seguimos improvisando en cada temporada de alta circulación viral? Quizás porque, como ya escribí el pasado 27 de marzo en este mismo espacio (“Prioridades: ¿comprar aviones o proteger a los recién nacidos?”), la brújula presupuestaria nacional apunta más al cielo que a las cunas. Y mientras discutimos adquisiciones militares millonarias, en los hospitales pediátricos tenemos niños que mueren por cuadros respiratorios y familias destrozadas por causas evitables. Tenemos que suspender cirugías para hacer espacio a bebés con bronquiolitis o neumonía.
El sarcasmo se escribe solo: tenemos ejemplos exitosos de países vecinos, tenemos evidencia científica local, tenemos pediatras que lo repiten hasta el cansancio... pero lo que no tenemos es voluntad política para invertir en lo que de verdad salva vidas.
Si las prioridades estuvieran claras, hoy Panamá ya contaría con un anticuerpo monoclonal contra el VRS dentro del esquema nacional de vacunación. Y no estaríamos escribiendo —ni leyendo— comunicados sobre hospitales desbordados ni cirugías canceladas.
Si hay dinero para aviones, para alquilar autos en la Asamblea Nacional o para subirle el salario a los magistrados, también debería haber dinero para proteger a nuestros bebés. La diferencia es sencilla: unos simbolizan poder; los otros representan vida.
La autora es pediatra.


