Mi maestro, José Antonio Marina, cita en su libro Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades, a T.W Adorno, que afirma que “existe una personalidad que desea estar sometida a una figura de autoridad, admira la acción directa, se rige por estereotipos, y no acepta motivaciones subjetivas. Estos son rasgos de la inteligencia social, en este caso, baja”, que configuran para mí la “nostalgia del dictador”, de derechas o izquierdas, civiles o militares.
Estamos enfermos de ficción, y contra ella nada se puede hacer. Cuando alguien ha decidido creerse un cuento, es muy difícil hacerlo cambiar de opinión: en eso consiste el fracaso de nuestra sociedad. Estamos muy apegados a mitos, a creer hechos a medio comprobar, a fundamentar nuestros argumentos en romanticismos folclóricos que no representan más que a una parte muy pequeña de nosotros: ¿cuántas niñas de nuestro país se pueden comprar una pollera, «nuestro» traje nacional?
Creemos que votamos, y es solo un 34%, legítimo, claro, pero que no representa a la mayoría. Decimos que “Dios es panameño” y hemos vuelto a elegir un gobierno con las mismas malamañas de siempre porque en el fondo somos corruptos: sufrimos un síndrome de Estocolmo asociado al sistema clientelar y corrupto, no somos capaces de deshacernos de él porque no encontramos seguridad en la transparencia y el buen gobierno.
Nos hemos creído la ficción que dice que los gobiernos malos nos ocurren, no los elegimos, que no somos responsables, son una especie de mala suerte que nos ha venido, no se sabe exactamente por qué terribles pecados del pasado. Nos quitamos de encima la responsabilidad de nuestros actos inventándonos una historia de terror, en la que nunca somos los monstruos, solo víctimas.
Nada se puede hacer contra la ficción: lo hemos demostrado otra vez fiesteando y carnavaleando para celebrar un cuento tricolor llamado Panamá, que nos sale caro, y que encima nos roban los mismos de siempre pero con distinto sombrero.
El autor es escritor.