Por la naturaleza misma del sujeto de la profesión médica, el proceso de educación que debe tener como resultado final graduar a médicos capacitados para practicar en el mundo actual, no debe ser tomado a la ligera. Entrenar a quienes serán los responsables de diagnosticar y curar enfermedades en este mundo impredecible con inteligencia artificial y desarrollo tecnológico de alta complejidad, requiere de un compromiso formal, así como de una comprensión profunda de los cambios que tendrá por delante el ejercicio de la profesión médica. Como nadie tiene una bola de cristal para ver el futuro, ese desarrollo tecnológico hay que tratar de predecirlo antes que ocurra, para adaptar a los nuevos médicos a la metodología que será el estándar de su práctica.
Antes de seguir, declaro mi potencial conflicto de interés de ser profesor de la cátedra de cardiología de la Universidad de Panamá. Desde hace 10 años he participado en el diseño curricular, en impartir las clases, tanto teóricas como en rotaciones clínicas, y he sido responsable directo, durante los últimos cinco años, de la calificación de los estudiantes. De allí, que mis opiniones sobre este tema pueden verse influenciadas por el hecho de que me siento partícipe directo de lo que pasa en la facultad de medicina de la Universidad de Panamá, la misma donde yo me gradué hace ya casi 40 años.
En general, la carrera de medicina consta como mínimo de seis años de estudios universitarios. Después de eso, se tiene que cumplir obligatoriamente con dos años de internado en hospitales del sistema público, para poder aspirar a obtener la idoneidad profesional que permita ejercer la profesión de forma independiente. En ese momento existen dos posibles caminos, seguir practicando la medicina general -lo cual para mí es comprometerse a estar actualizado en todas las ramas de la medicina- o comenzar un programa de residencia con el objeto de obtener una especialidad. En muchos países, se exige terminar una de las cinco especialidades “básicas” - Medicina interna, Cirugía, Gineco-obstetricia, Pediatría o Psiquiatría- para entonces seguir una subespecialidad. Eso, traducido en años, significa completar seis años de universidad, dos de internado, cuatro de especialidad básica, y dos o tres de subespecialidad. Algunas veces se requieren entre siete y nueve años más de formación, después de haber terminado el internado, antes de comenzar a trabajar de forma independiente.
Así, un sub-especialista probablemente tendrá que pasar entre 13 y 15 años después de terminada la secundaria para completar su formación profesional.
Después de todo ese esfuerzo y sacrificio, que implica una carrera tan larga, es verdaderamente desilusionante cuando uno escucha a gente “que de Medicina, solo saben enfermarse” decir que un médico es “negligente”, sencillamente porque los resultados que se esperaban no fueron los mejores de acuerdo muchas veces a la opinión del paciente o sus familiares.
Cuando escucho decir a alguien “a mi familiar lo mataron los médicos” no puedo evitar pensar que quien se expresa de esa manera, nunca se ha visto en la encrucijada que representa tomar una u otra decisión para tratar de curar o salvar la vida de alguien. Me atrevería a asegurar que ningún médico trata de tomar decisiones, sin haber analizado los posibles pros y contras de lo que pueda resultar de lo que él o ella considere correcto en un momento determinado. No todos los seres humanos son iguales y cada quien puede tener una respuesta diferente ante un determinado procedimiento o plan terapéutico. Por más que se trate de tomar en cuenta todas las variables posibles, siempre hay intangibles que pueden surgir de forma súbita y que obligan a cambiar la decisión inicial. Eso no es negligencia, eso es simplemente que la medicina no es una ciencia exacta.
Ahora, por un momento imagínense recibir a un grupo de 150 o 175 muchachos de apenas 20 años, todos ellos, con la ilusión de completar una carrera de medicina, entrando a un largo camino de estudio, sacrificio, noches largas, exámenes complicados, material de estudio tremendamente extenso, agotamiento y muchas veces profesores que confunden la formación del médico con un cuartel militar.
A quienes nos toca la responsabilidad de moldear a esos nuevos médicos, nos corresponde lidiar con todas esas dificultades a que se enfrentan los estudiantes, entendiendo que son personas como cualquier otra, que además de los estudios tienen preocupaciones y problemas a nivel familiar, económico, personal y de tantos otros tipos, que pueden repercutir en sus resultados académicos.
Desde hace 14 años, al final de los años de formación universitaria, se realiza un examen de certificación que debe ser “aprobado” con un puntaje mínimo para poder entonces comenzar los dos años de internado. La implementación de dicho examen es, a mi modo de ver, uno de los avances más importantes que hemos logrado en Panamá para garantizar y evaluar la calidad del producto que están graduando nuestras universidades. El examen, es preparado por el National Board Of medical Examiners, y es el mismo que se pone en todos los países del mundo. Así, podemos compararnos con otros lugares.
De acuerdo a los resultados, que fueron publicados recientemente en el diario La Prensa, tradicionalmente las mejores calificaciones las obtienen estudiantes de la Universidad de Panamá y de la UNACHI (Universidad autónoma de Chiriquí). En general, si se analizan los promedios, las universidades privadas suelen tener calificaciones más bajas.
Estas diferencias, son multifactoriales y es muchísimo lo que se pudiera discutir al respecto. No necesariamente esto implica que los profesores de la Universidad de Panamá seamos mejores que los profesores de las universidades privadas. De hecho, muchas veces son los mismos. Tampoco significa que el estudiante de una universidad privada tenga menos capacidad que el de una universidad oficial. Muchas veces, las notas más altas del examen, han sido obtenidas por estudiantes de alguna de las universidades privadas, lo que descartaría que haya una diferencia absoluta en la calidad de la formación.
En mi opinión, y después de haber analizado los datos con muchos profesores desde hace varios años, la principal diferencia que existe entre las universidades oficiales y las universidades privadas es el estricto proceso de admisión a que son sometidos los estudiantes antes de comenzar la carrera. Si a la Universidad de Panamá se presentan 3000 aspirantes para 240 plazas. Analizando el promedio, estaría aceptándose solo al 8% con las calificaciones más altas entre todos los aspirantes, produciendo un grupo muy seleccionado.
Formar médicos es una responsabilidad que debe ser tomada en serio. Como decía uno de mis maestros, es importante preparar bien a los médicos del futuro, porque serán quienes tendrán que atendernos a nosotros...
El autor es médico cardiólogo

