Europa ha decidido reescribir su modelo económico utilizando una herramienta que durante años fue vista solo como un medio de recaudación: la fiscalidad. Pero esta vez no se trata de ajustar tipos impositivos ni de cerrar brechas de cumplimiento, sino de transformar la estructura productiva del continente, como señala el estudio A Competitiveness Compass for the EU de la Comisión Europea.
La nueva visión europea coloca a los impuestos en el centro de la estrategia para estimular la innovación, acelerar la transición verde y reforzar la autonomía industrial. De este modo, la fiscalidad deja de ser un fin y pasa a convertirse en una palanca para el desarrollo.
Las políticas europeas incluyen incentivos a sectores verdes, créditos fiscales a la inversión, apoyo a startups y alivios fiscales a la energía industrial, todo bajo un marco común de sostenibilidad y competitividad. No se trata solo de un conjunto de medidas, sino de un mensaje claro: la fiscalidad no solo sirve para recaudar, sino también para crear. Esa filosofía marca un precedente valioso para países como Panamá.
Nuestra nación, históricamente asociada a la eficiencia tributaria y a un régimen territorial atractivo, enfrenta hoy una oportunidad para redefinir su modelo. El éxito alcanzado no ha sido producto del azar, sino de pilares como la estabilidad, la apertura y la agilidad. Sin embargo, el mundo que viene exigirá algo más: ya no bastará con un sistema impositivo eficiente; será necesario contar con un sistema fiscal inteligente.
Una economía fiscalmente inteligente es aquella que alinea sus incentivos con sus objetivos estratégicos, y ahí radica la principal lección europea. Panamá podría extraer tres aprendizajes esenciales:
Primero, la fiscalidad debe formar parte de un proyecto nacional y no funcionar como un elemento aislado. Europa demuestra que la política fiscal puede servir para construir futuro. Panamá necesita utilizar su estructura tributaria para fortalecer sectores de alto valor agregado: logística inteligente, economía verde, servicios digitales, turismo sostenible, biotecnología y talento humano especializado. No se trata solo de atraer capital, sino de dirigirlo hacia donde genera innovación, empleo y reputación internacional.
Segundo, la coordinación es clave para ganar escala y coherencia. Mientras Europa busca armonizar políticas fiscales entre Estados, Panamá podría avanzar en la integración interna de regímenes especiales que hoy operan con lógicas independientes. Zonas francas, áreas económicas especiales, regímenes como SEM y EMMA, y la red de acuerdos fiscales deberían dialogar bajo una misma narrativa. Esa cohesión no solo proyectaría claridad al inversionista, sino que reforzaría la confianza internacional en el modelo panameño.
Tercero, propósito y transparencia deben ser la base de la competitividad. La economía global premia a los países que logran combinar eficiencia con sentido estratégico. Inversionistas, organismos multilaterales y cadenas de valor exigen entornos regulatorios y fiscales alineados con criterios Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG). Panamá puede y debe liderar en la región una fiscalidad sostenible que incentive la innovación y la responsabilidad corporativa.
El país cuenta con condiciones favorables: conectividad, estabilidad monetaria, talento multicultural y ubicación estratégica. Pero debe dar el siguiente paso: evolucionar su relato fiscal. Pasar de ser conocido como una jurisdicción de renta territorial a ser reconocido como un ecosistema de innovación global, donde la fiscalidad impulse la productividad y la sostenibilidad.
Este cambio de mentalidad no requiere copiar modelos, sino reinterpretarlos desde nuestra realidad. Panamá puede convertirse en un laboratorio de modernización fiscal en América Latina y en un punto de convergencia entre capital europeo, norteamericano y regional, si logra combinar agilidad institucional con visión estratégica.
Europa demuestra que los impuestos, bien diseñados, pueden construir industria, atraer talento y financiar bienes públicos sin sacrificar competitividad. Ese es el equilibrio que marcará la próxima década. Panamá, con su vocación de hub global, puede estar a la altura del reto. La inteligencia fiscal no consiste en recaudar más, sino en recaudar mejor: usar la política tributaria como instrumento de transformación y no solo como contabilidad.
El autor es socio Líder de Deloitte Panamá.

