En primer lugar, para evitar contradicciones y discusiones estériles, tengo que señalar que soy panameño de nacimiento, de padres interioranos, lo que me hace más de patio que muchos. Me hace débil mencionar mi edad, pero en la actualidad tengo más de 80 años y me siento honroso de ese hecho. Muchos desearían llegar a esa edad y no lo lograron, y otros no lo lograrán.
Este artículo lo escribo y lo remito a La Prensa, único diario libre en el cual se puede confiar por la honestidad de quien lo dirige y por su historial.
Hasta cuándo… hasta cuándo surge a través de la preocupación que me causaron las declaraciones del presidente de la República en Costa Rica. En una entrevista señaló que, en el año 2024, pocos días antes de las elecciones presidenciales en Panamá, sostuvo una reunión con magistrados del Tribunal Electoral (TE), máximo organismo encargado de dirigir el proceso electoral en este país.
El contenido del mencionado diálogo con miembros del TE no lo voy a discutir porque debe ser conocido por muchos panameños. Y para los que no lo han leído, pueden hacerlo a través del diario La Prensa del 26 de noviembre y convertirlo en un nuevo ingrediente de su acervo cultural.
Este artículo tiene la finalidad de señalar que las declaraciones del Presidente tienen un fondo preocupante que desvirtúa la realidad existente. El señor Mulino ha abierto la puerta para que cualquier ciudadano propuesto para un puesto de elección que no haya sido confirmado pueda hacer lo mismo con los magistrados del TE y logre su postulación, sin importar el resultado.
Es de extrañar que ninguno de los que deberían pronunciarse sobre las severas declaraciones del Presidente haya dicho algo. Solo La Prensa ha intentado mantener vivo el caso a través de artículos que no reflejan —porque no existen— los puntos de vista de los involucrados.
El TE debió actuar de inmediato y llamar al señor Mulino para esclarecer el comentario. La Asamblea Nacional debió llamar al señor Mulino para que explicara, y la Corte Suprema de Justicia debió atender el caso en lo que a ella le corresponde.
El presidente Mulino ha cometido varias faltas desde que asumió el cargo, algunas de las cuales paso a señalar. En su discurso de toma de posesión señaló que él iba a hacer un gobierno empresarial, lo cual implicaba dividir al país en dos clases: la obrera y la empresarial. Y él escogía como aliado a la clase empresarial. Cabe señalar que, como Presidente, es el presidente de todos los panameños, sin distingo de raza, color o religión, tal como lo establece la Constitución. No puede dividir a sus gobernados si es producto de un proceso democrático.
El señor Mulino llamó maleantes y tachó de izquierdistas a quienes se opusieron a su propuesta sobre la regulación en la Caja de Seguro Social, porque la consideraban inapropiada. Desde ese momento inició una persecución fuera de lugar (hasta que no se demuestre lo contrario) contra dirigentes de organizaciones sociales. Las protestas se centraron en la provincia de Bocas del Toro, y la empresa Chiquita —que dirigía la producción y comercialización de banano— cerró operaciones y se retiró de Panamá.
Por último, el Presidente visitó la República de Brasil para reunirse con el presidente de ese país y aprovechó para encontrarse nuevamente con representantes de Chiquita, a quienes les pidió perdón y solicitó que regresaran a Panamá a seguir operando. La posición del Presidente es indigna y carece de fortaleza jurídica. Él pudo haber trasladado toda la operación de Chiquita al Instituto de Mercadeo Agropecuario (IMA) y lograr que Panamá fuese dueña de su destino en esa región.
No escribiré más por ahora para evitar que se piense que soy opositor al régimen existente. No lo soy, pero no apruebo su proceder. ¿Hasta cuándo… hasta cuándo?
El autor es ciudadano.

