Llegamos a la Navidad en un país atravesado por desafíos. Procesos judiciales que no parecen terminar, incertidumbre económica, desigualdad y alertas sanitarias conviven con una ciudadanía cansada, pero aún dispuesta a encontrarse. No sería honesto ignorar esa realidad, pero tampoco justo permitir que opaque el sentido profundo de estas fechas.
La Navidad no resuelve los problemas estructurales de una nación. Sí puede, en cambio, recordarnos algo esencial: ninguna dificultad se enfrenta mejor en soledad. Compartir el pan, la mesa, el tiempo y la escucha sigue siendo un acto humano fundamental, más valioso cuando el entorno se vuelve áspero.
En medio del ruido, la prisa y la confrontación, detenernos para cuidar al otro es una forma silenciosa de resistencia. Llamar a quien está solo, pensar en quienes tienen menos, agradecer a quienes, muchas veces sin ser vistos, cuidan a otros y hacen que el país funcione.
Que esta Navidad no sea solo consumo, sino encuentro y solidaridad. Porque, pese a todo, compartir sigue siendo lo más importante siempre.
