La ceremonia del Nobel de la Paz dejó imágenes poderosas. La primera: el discurso leído por Ana Corina Sosa Machado, que transmitió al mundo la voz de su madre ausente y el temple de un país que se niega a rendirse.
La segunda: el reencuentro familiar de María Corina Machado al final de la jornada, un gesto íntimo que recordó que toda lucha democrática también se sostiene en afectos.
Horas después, ya de madrugada, Machado salió al balcón del Grand Hotel para saludar, visiblemente cansada pero firme, en su primera aparición pública del año.
Lo más impactante fue la declaración del Comité del Nobel. Su presidente pidió al gobernante de facto Nicolás Maduro aceptar los resultados electorales y renunciar. Ese llamado inusual subraya la gravedad del colapso venezolano.
El discurso impone dos certezas: la democracia es el único sistema compatible con la dignidad humana; y las naciones libres deben impedir que prosperen ensayos autoritarios que destruyan esa dignidad. Callar nunca ha protegido la libertad; apenas ha fortalecido a quienes buscan suprimirla.
