La inconsciencia en los puestos de poder es una paradoja recurrente en las democracias modernas, especialmente en las latinoamericanas, donde individuos con evidentes limitaciones intelectuales, éticas o cognitivas ascienden a posiciones de liderazgo. La pregunta es inevitable: ¿cómo es posible que quienes carecen de pensamiento crítico, empatía o vocación de servicio terminen ocupando cargos destinados a representar el interés colectivo? La respuesta no solo cuestiona los mecanismos democráticos, sino que desnuda la fragilidad de sistemas que deberían premiar la meritocracia.
El populismo y el carisma son las vías más frecuentes de acceso. En Panamá, como en tantos otros países, el populismo apela a las emociones básicas de la multitud, toma el dolor ajeno y lo convierte en mercancía política, desplazando el razonamiento informado. El carisma, por su parte, transforma a líderes sin experiencia en figuras atractivas capaces de prometer soluciones fáciles a problemas complejos. Platón ya lo advirtió en La República: la democracia puede degenerar en tiranía cuando la ciudadanía, seducida por demagogos, elige a quienes encarnan sus prejuicios en lugar de virtudes auténticas.
Hoy, las redes sociales, el cansancio social y los medios de comunicación amplifican este fenómeno. Lo espectacular prevalece sobre el contenido y la viralidad sustituye a la competencia. Una frase llamativa, un meme, una música pegajosa, ropa estrafalaria o una polémica bastan para ocultar la falta de preparación. En tiempos de incertidumbre, la ignorancia se disfraza de certeza y atrae a ciudadanos fatigados por la complejidad que proponen los expertos. La historia es clara: desde Nerón, más preocupado por el espectáculo que por gobernar, hasta líderes contemporáneos que explotan divisiones culturales para consolidar poder.
A ello se suman el nepotismo, la corrupción y las fallas institucionales. El poder se hereda o se compra más que se obtiene por mérito. Las familias pudientes perpetúan ciclos de privilegio, mientras las élites económicas financian campañas a cambio de favores o para asegurar el continuismo de sus intereses. La ineficacia institucional agrava el problema: procesos electorales manipulados y burocracias que premian la lealtad sobre la innovación sostienen a líderes incompetentes.
Según el principio de Peter, los profesionales son promovidos hasta alcanzar un puesto donde dejan de ser competentes. Ascienden por su buen desempeño, pero al llegar a cargos que exigen habilidades distintas pierden eficacia, generando ineficiencia en toda la organización.
No se trata solo de individuos. La sociedad en su conjunto alimenta este fenómeno mediante una ignorancia compartida. La desinformación, las noticias falsas y los algoritmos que refuerzan burbujas ideológicas convierten al votante en cómplice involuntario. El antiintelectualismo, que tilda a los especialistas de “elitistas”, abre la puerta a demagogos. Hannah Arendt lo explicó en Los orígenes del totalitarismo y más tarde en Eichmann en Jerusalén: comunidades desarticuladas y poco informadas terminan siguiendo líderes que priorizan identidades tribales sobre propuestas reflexivas. Noam Chomsky, en Manufacturing Consent, advierte que los sistemas de poder utilizan los medios para fabricar consenso y moldear percepciones, debilitando la capacidad crítica.
En este contexto, el juega vivo panameño se convierte en un reflejo cultural de la misma lógica. Esta expresión describe la práctica de aprovecharse de las circunstancias, saltarse normas o actuar con astucia para obtener beneficios personales, incluso a costa de los demás. Ejemplos comunes son colarse en una fila, manejar por el hombro, pagar menos de lo debido o dar coimas para agilizar trámites. Este comportamiento tiene un fuerte arraigo cultural y se considera un “sistema corrupto de arraigo social” que permea todas las capas, desde el ciudadano común hasta quienes toman decisiones políticas.
Aunque suele verse como corrupción o abuso, algunos lo interpretan como ingenio para sobrevivir en un entorno desigual. En este sentido, se asemeja a la “viveza” de otros países latinoamericanos. Pero en Panamá el término tiene un peso particular, pues refleja la tensión entre la ética colectiva y la búsqueda individual de ventaja.
Tanto la inconsciencia en los puestos de poder como el juega vivo panameño revelan una dinámica social que privilegia la ventaja inmediata sobre la responsabilidad colectiva y evidencian una pérdida de valores. Esta crisis muestra cómo la falta de pensamiento crítico y la cultura de la astucia sin ética pueden erosionar instituciones, perpetuar desigualdades y debilitar la confianza pública. Como señaló Arendt, la combinación de desinformación, manipulación mediática y desarticulación social abre el camino a líderes incompetentes y prácticas culturales que socavan la democracia.
Comprender estas dinámicas es un paso fundamental para construir sociedades más justas, donde la autoridad y el liderazgo se fundamenten en la experiencia, el conocimiento y la responsabilidad compartida.
El autor es abogado, investigador y doctor en Derecho.

