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La corrupción es una causa de muerte

Está claro que, en Panamá, al igual que en muchos países de América Latina, la corrupción es el obstáculo más importante del progreso, la equidad y la justicia social. Y lo más triste es que la corrupción no solo perpetúa la pobreza, sino que es la causa directa o indirecta de la muerte de miles de personas. Transparencia Internacional ha estimado que en el mundo 500 mil millones de dólares destinados a la provisión de servicios de salud se pierden como resultado de la corrupción. Ese gerente del Seguro Social que demora la compra de un medicamento por esperar su coima o favorecer a la empresa distribuidora de un amigo, es responsable de la falla renal de la joven que padece de una enfermedad seria y que pierde la función de sus riñones por falta de ese medicamento. Ese alcalde que se roba el dinero de la construcción de un camino o adjudica la reparación de éste a un familiar que nunca lo termina, contribuye directamente a la muerte de una mujer embarazada que, durante una emergencia, no puede llegar a tiempo al hospital más cercano. A veces me pregunto cuántas personas morirán diariamente en los hospitales públicos de nuestro país como consecuencia de los actos de corrupción. Ojalá hubiese una manera de cuantificar estas muertes como lo hacemos con los casos de cáncer o de covid-19. Casi puedo escuchar en los noticieros vespertinos algo como: “En el último mes, seis personas han fallecido por complicaciones debidas a la falta de insumos quirúrgicos y retraso en sus operaciones y tres diabéticos requirieron amputación de sus extremidades por no contar el hospital con los antibióticos necesarios”. Quizá los servidores públicos y los empresarios corruptos, con algún resto de conciencia, cambiarían su conducta al ver estas estadísticas. ¿Quién sabe?

A veces quisiera pensar que la corrupción es como una enfermedad que basta con determinar la causa para encontrar al cura, pero las causas de la corrupción son muchas y muy complejas.

Los estudios han demostrado que, en los sistemas democráticos, dos antídotos contra la corrupción son la capacidad de los gobernados de remover a los políticos corruptos con el voto y la existencia de un sistema de rendición de cuentas efectivo. En mi opinión, en nuestro país no funciona adecuadamente ninguno de esos dos mecanismos. En cierta forma, los partidos políticos han secuestrado la democracia y subvertido las leyes y, con sus artimañas, logran que el pueblo reelija a sus miembros sin importar su cuestionable conducta.

Por otro lado, la calidad y fuerza de las instituciones regulatorias y judiciales son otros atributos que tienen los países donde hay menor corrupción. Otros dos strikes para Panamá. La certeza del castigo no es tan cierta mientras las cortes sean susceptibles a la extorsión o al soborno.

Otro factor esencial anticorrupción es una prensa libre, independiente y fuerte. Que no responda a grupos de interés o siga los designios de los que tienen el poder. En esto no estamos tan mal. Pero siempre se puede mejorar un poco.

Por supuesto, hay factores culturales que influyen en el problema. Un determinante de la corrupción es el valor que la sociedad y las personas dan al poseer bienes materiales en detrimento de una buena reputación, o a consideraciones éticas y morales. Al diputado que todos saben que es corrupto, pero que tiene una finca en la playa, regala jamones y maneja un auto del año, casi todo el mundo lo saluda con gran respeto y para rematar le dicen “buenos días, honorable” cuando se lo encuentran desayunando en el brunch matutino de un hotel de la capital. Y no pasa nada. Como si hubiésemos firmado un pacto de no agresión contra la corrupción y como si la corrupción no fuese tan nefasta.

Pero siempre hay esperanzas. Después de todo, las elecciones están a la vuelta de la esquina.

Panamá no sería el primero ni el último país que logra disminuir la corrupción ni experimentar una transformación social. Por lo menos hay recursos y mucha gente honesta y capaz. Pero se va a necesitar de un liderazgo nuevo, que tenga como norte una conducta ética inquebrantable desdeñando el enriquecimiento personal y al abuso del poder. Un liderazgo con un deseo auténtico de servir a los demás y no de figurar. Un liderazgo enérgico y valiente, que resista los embates de la corrupción y de todos sus sicarios. Porque recuerden, la corrupción es también una causa de muerte.

El autor es médico, especialista en enfermedades infecciosas


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