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La misma jeringa con diferente pitongo

La frase pueblerina del título de este escrito describe, en resumidas cuentas, el resultado de las recientes elecciones internas de dos de los partidos políticos más antiguos y de mayor membresía en el pasado, pero ahora recordados —más que por sus aportes— por ser representativos del funesto pasado político de nuestro país cuando ejercieron gobierno.

La tan anunciada “renovación política” de dichos partidos, utilizada como argumento para evitar su propia extinción por el descrédito y el desgaste acumulado de sus dirigentes, quedó reducida a un mero eufemismo. Las caras de quienes resultaron victoriosos son las mismas de siempre, lo cual no sería tan perjudicial para sostener la confianza de sus bases si no fuera por la escasa legitimidad y el lastre de acusaciones de corrupción que adornan a la mayoría de los “nuevos” regentes de las cúpulas partidarias.

Precisamente, la falta de cambios significativos en la forma en que se hace política en Panamá —basada en un reciclaje continuo— no augura ninguna transformación a corto ni mediano plazo. Las mismas figuras vetustas y anquilosadas regresan una y otra vez para administrar y sostener el clientelismo como doctrina política, en reemplazo del liderazgo ideológico que alguna vez inspiraron sus mentores: Arnulfo Arias en el panameñismo y Omar Torrijos en el PRD, cuyas enseñanzas, que en su momento cautivaron a sus seguidores, hoy no dejan un solo vestigio.

Tan es así, que la propia expresidenta Mireya Moscoso lleva tres elecciones consecutivas apoyando al candidato presidencial de Ricardo Martinelli y no al del Partido Panameñista, como lo expresó en reiteradas ocasiones el presidente de ese colectivo, José I. Blandón. Él señaló ante los medios que —siendo la primera mujer en ocupar la presidencia de la República— sus acciones, guiadas por intereses personales, tiraron al bote de la basura el legado que pudo haber dejado tanto al país como al partido que ahora dice defender, invocando nuevamente la memoria de Arnulfo Arias.

Por su parte, en las filas del PRD, el liderazgo y la conducción del partido están en manos nada más y nada menos que del diputado Benicio Robinson, a quien sus propios copartidarios apodan, de cariño, “el capo”.

En efecto, esto nos recuerda la validez del viejo adagio: cuando los partidos políticos hablan mal unos de otros, tienen razón. De allí la urgencia de realizar esfuerzos para elevar la calidad de la cultura política en su conjunto, en vez de perpetuar el status quo de las cúpulas, lo que solo fortalece el clientelismo mediante el uso de fondos públicos. Esta práctica, además, acostumbra al electorado a la paupérrima lógica de esperar con ansias el pregón del chen chen en cada elección: una bolsa de comida o una hoja de zinc a cambio del voto, sin importar qué clase de maleante resulte elegido después.

El problema de nuestra democracia, reducida en la práctica a un ejercicio meramente electorero, es estructural. Incluso la eventual renovación de las cúpulas partidarias —suponiendo que ocurriera— no garantiza cambios reales. Las nuevas fuerzas políticas presentadas bajo la etiqueta de “independientes” también reproducen viejas prácticas y vicios del clientelismo, al punto de que algunos reciben consejos de los mismos corruptos de siempre.

En este contexto, si los partidos continúan irresponsablemente sin ejercer su rol, seguiremos debilitando nuestra institucionalidad democrática. No hay que ir muy lejos para comprobarlo. Basta tomar el ejemplo de la eventual reapertura de la mina, presentada por el actual gobierno como panacea económica.

No está clara la estrategia con la que el presidente Mulino planea convencer a la población que se manifestó masiva y rotundamente en 2023. Tampoco se sabe cuál será la postura de los diputados en la Asamblea, en un ambiente político que podría escalar a una crisis de dimensiones insospechadas.

Por añadidura, bajo este pretexto y sin los contrapesos debidos, se estarían propiciando las condiciones para normalizar un estilo de gobierno autoritario, que —por cierto— ya empieza a asomar sus narices desde el Palacio de las Garzas.

El autor es pintor y escritor.


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