Mientras buena parte de los países latinoamericanos continúa discutiendo sobre déficits fiscales, evasión o reformas centradas exclusivamente en la recaudación, Europa ha decidido cambiar el enfoque. Su nuevo paradigma —según el estudio A Competitiveness Compass for the EU de la Comisión Europea— es usar la fiscalidad no solo para recaudar, sino para competir. Esta decisión, concebida para fortalecer su autonomía económica y energética, representa una oportunidad que Panamá no debería dejar pasar.
De acuerdo con el informe, la Unión Europea (UE) está dando un giro histórico. Durante años su política económica estuvo enfocada en la estabilidad y la disciplina fiscal, pero el contexto global cambió. Tras el resurgimiento industrial de Estados Unidos —impulsado por su Inflation Reduction Act— y el liderazgo tecnológico de China, Europa se vio obligada a ajustarse para poder competir.
Así, el bloque pasó de ser un árbitro regulador a convertirse en un jugador activo en la competencia global, usando la fiscalidad como herramienta estratégica. Los nuevos programas de la UE incluyen amortizaciones aceleradas, créditos fiscales para la inversión, desgravaciones para sectores energéticos y tecnológicos, y facilidades coordinadas entre Estados miembros, todo orientado a un objetivo: reindustrializar el continente, atraer capital y recuperar autonomía productiva.
A primera vista, estas medidas podrían parecer asuntos internos. Sin embargo, su impacto es mucho más amplio. Durante décadas, capitales europeos encontraron fuera del continente —en América, Asia o el Caribe— entornos fiscales más ágiles y eficientes. Esos flujos fueron vitales para economías de servicios internacionales como Panamá, pero con Europa abriendo una nueva era de incentivos, parte de esos capitales podría regresar a la UE, señala el informe.
Por lo tanto, la competencia por atraer inversión se está redefiniendo, y los países que no adapten su propuesta podrían quedar rezagados.
Reto
El desafío para Panamá es doble. Por un lado, la UE no solo busca atraer inversión, sino también armonizar su sistema tributario. Actualmente se debate la creación de un marco común de recaudación —el Common Resource for Europe (CORE)— y una mayor coordinación en materia de ayudas fiscales, con la intención de evitar fugas hacia jurisdicciones de baja tributación.
Esa evolución hacia una unión fiscal competitiva podría intensificar la presión sobre regímenes territoriales como el panameño. Por otro lado, Europa está combinando su agenda fiscal con un discurso de sostenibilidad, innovación y trazabilidad. La nueva competitividad no se mide solo por impuestos bajos, sino por coherencia ambiental y tecnológica. Los países que no integren estos elementos corren el riesgo de quedar fuera de acuerdos comerciales o de inversión que exigen altos estándares Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG).
Panamá ha construido su éxito sobre tres pilares: estabilidad política, apertura económica y un régimen tributario competitivo. Sin embargo, el mundo ha cambiado y ya no basta con ser eficiente; ahora hay que ser eficiente, transparente y relevante.
Para continuar atrayendo inversión europea, el país debería actualizar su narrativa fiscal, fortalecer sus instituciones y alinear su estrategia de incentivos con los valores de sostenibilidad e innovación que hoy guían la economía global.
Eso implica avanzar hacia una política fiscal con propósito, orientada a sectores que generen conocimiento, empleo de calidad y transferencia tecnológica. También requiere revisar los regímenes especiales para asegurar que sigan siendo atractivos, pero alineados con las mejores prácticas internacionales. Y, sobre todo, conlleva diseñar un modelo que combine competitividad fiscal con responsabilidad global.
El mundo se encamina hacia un nuevo equilibrio: menos competencia fiscal agresiva y mayor énfasis en la cooperación y la transparencia. En ese contexto, Panamá debería modernizar su sistema tributario y conectar su modelo económico con la sostenibilidad.
Europa ya está jugando el nuevo juego y, aunque parezca distante, sus decisiones marcarán el pulso de las inversiones y de las alianzas comerciales del futuro. El desafío es claro: si Panamá no adapta su estrategia, otros podrían ocupar su espacio.
El autor es socio Líder de Deloitte Panamá.

