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La polarización política regional y su impacto en Panamá

El cierre electoral de 2025 en América Latina confirma que la región atraviesa un ciclo de fragmentación y polarización política sin precedentes desde el fin de las dictaduras militares del siglo XX. Según el Real Instituto Elcano, el mapa político latinoamericano se caracteriza hoy por un desequilibrio entre liderazgos personalistas, democracias fatigadas y una ciudadanía desencantada.

I. Una región partida entre extremos

La tendencia regional evidencia la consolidación de dos polos: uno que reivindica el “orden” y la “seguridad” como ejes del discurso político (Bukele, Milei, Bolsonaro, Mulino), y otro que se articula en torno a las banderas de la justicia social, la igualdad y el antiimperialismo (Petro, Lula, Boric). Sin embargo, ambos polos comparten un rasgo común: el uso instrumental de la polarización como herramienta de legitimación política.

El discurso del enemigo —la lógica amigo/enemigo descrita por Carl Schmitt— se ha convertido en el nuevo lenguaje de la política latinoamericana. Los gobiernos que emergen de estas tensiones apelan a la emoción antes que a la razón, debilitando el debate democrático y reduciendo el espacio público a un campo de confrontación simbólica.

II. Panamá en medio del péndulo regional

Panamá, históricamente situada entre la estabilidad institucional y la influencia externa, no ha escapado a esta lógica. La reciente crisis política (2022-2024), marcada por la erosión de los partidos tradicionales, el ascenso del discurso antipolítico y el repliegue de la confianza ciudadana en las instituciones, refleja la inserción del país en esta dinámica regional.

La polarización panameña, sin embargo, tiene características propias. No se expresa tanto en términos ideológicos como en torno al poder económico, la corrupción y la disputa por la soberanía nacional. Mientras en otros países los extremos se definen por modelos políticos —izquierda o derecha—, en Panamá la división gira en torno a la defensa o captura del Estado.

III. Influencias externas y espejo latinoamericano

El escenario panameño también reproduce los ecos del reacomodo geopolítico continental. La penetración mediática de narrativas importadas ha contaminado el debate local, alineando sectores políticos con discursos ajenos a la realidad nacional.Al mismo tiempo, el modelo de “gobernanza tecnocrática” que intentan reproducir algunas élites panameñas —inspiradas en el pragmatismo de Bukele o en el discurso libertario de Milei— responde más a la ansiedad por el control que a una visión transformadora del país.

IV. El desafío panameño: reconstruir el centro ético de la política

Frente a este panorama, Panamá necesita reconstruir un centro ético y democrático que supere los extremos. Ello implica repensar la educación cívica, fortalecer el sistema de partidos y fomentar un liderazgo basado en la integridad, la formación y la responsabilidad social.

El país no puede permitirse quedar atrapado en la lógica pendular de la región: ni en el populismo autoritario ni en el neoliberalismo excluyente. La salida está en la renovación del pacto social, en el que la soberanía y la justicia vuelvan a ser valores comunes y no banderas de confrontación.

V. El caso panameño: el outsider populista

La senda del gobierno de José Raúl Mulino se aproxima más al estilo del outsider populista, un modelo que combina la retórica antipolítica con la práctica del poder centralizado. Aunque no surge como figura marginal al sistema —pues proviene de las estructuras tradicionales del poder—, Mulino se ha proyectado como un dirigente “diferente”, “eficiente” y “no político”, buscando capitalizar el hartazgo ciudadano frente a la corrupción y la clase dirigente.

De Bukele adopta el discurso del orden y la eficacia, apelando a la idea de autoridad y a la confrontación con los organismos de control o con sectores populares críticos. Pero, a diferencia del salvadoreño, su liderazgo carece de un proyecto digital, generacional o refundacional: se apoya en una tecnocracia tradicional más que en una revolución comunicacional.

En cuanto al mileísmo, Mulino comparte ciertos énfasis neoliberales y antiestatistas, pero evita la radicalidad ideológica del argentino. Por tanto, encarna un populismo de élite: adopta la retórica del outsider, pero la ejerce desde las estructuras del poder tradicional. En eso radica su singularidad dentro del mapa regional: no es un rebelde del sistema, sino un sistema que se disfraza de rebelión.

El autor es especialista en ciencias sociales.


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