La sociedad panameña está de luto. Los recientes casos ocurridos en el interior del país nos tienen consternados, profundamente dolidos y avergonzados por el poco valor que algunos le dan a la vida de las mujeres que alguna vez fueron sus parejas.
Eran mujeres jóvenes, con muchos años por delante y sueños por cumplir. Algunas, incluso, dejan hijos en el más absoluto desamparo, sin el amor y el cuidado que solo una madre puede brindarles. ¿Cuál fue su “pecado” para merecer un final tan triste y cruel? ¿Decidir no continuar una relación peligrosa y tóxica?
Es momento de educar a los varones para que dejen atrás el machismo y ese sentido de propiedad que los lleva a cometer atrocidades. La educación de los niños debe ser integral, comenzar en casa y complementarse en las escuelas. Las madres de hijos varones debemos revisar nuestras enseñanzas, recordando que la familia es la primera responsable de velar por la seguridad colectiva.
Los problemas de salud mental se hacen cada vez más evidentes y crecen proporcionalmente a la población. Solíamos decir que la gente del interior era más confiable, sencilla y amable; sin embargo, los hechos recientes demuestran que la violencia también ha tocado esas comunidades.
¿Qué está pasando y cómo podemos revertir esta tendencia que este año ya alcanza cifras alarmantes? La sociedad entera debe comprometerse a apoyar a las mujeres acosadas por sus parejas, para que no se conviertan en parte de las estadísticas.
Las penas deben ser más severas para quienes se atrevan a atentar contra la vida de las mujeres a manos de quien dice haberlas amado. Estos hombres no tienen derechos por encima de la vida que truncaron. No solo acaban con la existencia de su pareja: dejan en orfandad a hijos y sumen en el dolor a padres y familias que las llorarán hasta el final de sus días. El daño psicológico y moral que provocan es permanente e irreversible.
Las mujeres también deben aprender a elegir mejor a quienes deciden abrirles su vida. Investigar, observar, preguntar: todo acto de precaución es válido. En una relación incipiente hay señales que deben alertarnos. El amor no debe ser ciego. Abran los ojos y protéjanse de quienes se presentan como encantadores, pero esconden traumas y oscuridad en su pasado. Recordemos: no solo se mata a una mujer, también se hiere de por vida a sus padres y seres queridos.
En las reformas educativas, debemos incluir asignaturas que fortalezcan los valores fundamentales del respeto a la vida propia y ajena. No basta con dejar esta tarea al hogar, donde muchas veces hay violencia, abandono, pobreza y hambre. Algunos niños logran superar ese entorno y se convierten en buenos ciudadanos; otros no, y desde pequeños muestran señales de lo que viven.
Hago un llamado a nuestros gobernantes a reformular las políticas públicas para proteger la vida de las mujeres que acuden a las autoridades en busca de ayuda. Ojo con las órdenes de alejamiento: no están funcionando. A las autoridades policiales les digo: no esperen a que algo suceda, actúen con prevención.
Señor presidente, coincidimos en que debe aplicarse cadena perpetua o, en su defecto, penas de hasta 50 años para estos criminales. Y a los diputados, les pido legislar por aquellas que ya no pueden alzar su voz. El castigo para los hombres que hoy tienen al país de luto por las mujeres a las que arrebataron su derecho a vivir debe ser permanente y ejemplar.
La autora es exministra de Estado y econtralora general de la República.


