No sé cuánto habrá costado en dólares y esfuerzo, pero han incluido, en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial que requiere medidas urgentes de salvaguardia, las juntas de embarre, el método para hacer las ancestrales casas de quincha, un hecho que no deja de ser otra de esas grandes metáforas de lo que nos ocurre en Panamá.
Algo inmaterial, y que no solo no apreciamos sino que hemos dejado de practicar, es la pedagogía. Seguimos siendo meros transmisores de «hechos», de «noticias», pero hemos renunciado a entrar al fondo del asunto, a mostrar el revés de la trama y a sacar a la luz los procesos que nos han traído hasta aquí, con el propósito de enseñar qué está mal para luego aportar soluciones. Pero no: optamos por construir, con el barro de nuestra desidia e ignorancia, una casa que a duras penas se sostiene en pie.
Nuestras cruzadas son por lo inconcreto, por presencias deportivas o de patrimonio ancestral, que no terminan de mover la rueda de la cultura ni de la economía. Sin embargo, estos logros efímeros llenan titulares, engordan falsos orgullos patrioteros y lastran la mirada para buscar lo que de verdad debemos preservar. Por mucho cariño que le tengamos a la junta de embarre y sus consecuentes casas de quincha, ¿quién quiere vivir en una de ellas? Nos hemos construido una fantasía de barro que no soportará los envites del tiempo.
Por lo menos, no hay que restar méritos: algo bueno se dice de Panamá con este patrimonio inmaterial, pero necesitamos una verdadera exportación de nuestra vida concreta, la cultural e intelectual, que existe y se ningunea porque no conviene pensar mucho, no sea que terminemos criticando lo concreto de nuestra construcción como país.
Qué bueno lo de la UNESCO, pero nos hace falta más que nombrar a la Biblioteca Nacional patrimonio histórico, otra vez lo inmaterial, cuando en realidad necesita un edificio tan grande y bien equipado como el de la Ciudad de las Artes.
El autor es escritor


