Luis Harss, chileno, nicaragüense por vía materna, argentino, uruguayo, guatemalteco de vida un tiempo y hasta estadounidense, publicó en el año 1966, Los nuestros, fijando, no solo la nómina del “boom”, sino también su denominación, anglosajona, distinta de nuestra lengua. Además, lo hizo en inglés, tan en español que escribían ellos, y luego se tradujo/adaptó a nuestra lengua. La portada, de Editorial Sudamericana, muestra, detrás del título, un montón de nombres de diversa procedencia en el que todos podemos reconocernos literariamente.
En Panamá, los nuestros, son todos los que aquí conviven y escriben y publican, no solo sus obras de ficción, sino que también ejercen el periodismo entre nosotros (tan denostado, tan mal practicado desde la ortografía hasta la ética). Asombra ver cómo en redes el desprecio istmeño (aprendido no sé dónde ni de qué malsanos complejos extremistas), manda de vuelta a “su casa” al que no nació aquí. La ignorancia es atrevida y estúpidamente reduccionista.
Uno no es de donde nace, ni de donde pace, sino de donde paga sus impuestos, es decir, de donde trabaja, de donde pisan sus zapatos. Hace poco hablaba en Madrid sobre esta situación en un Festival Iberoamericano, escribir como extranjero desde España, y lo hacía acompañado de un venezolano maravilloso y una tica prodigiosa: no acepto que nadie mande a nadie para su casa porque ya está en ella. Miguel Bosé nació en Panamá, igual que Carlos Fuentes: invocarlos como nuestro cantante y escritor más internacional, sería una estupidez.
El periodismo no se ejerce solo por título, sino también por oficio. Hay buenos periodistas y también mediocres, los hay muy buenos sin título alguno, cuya transparencia y brillantez les han dado la gloria que tienen, por ejemplo Tristán Solarte. Los nuestros son, definitivamente, los que desde esta tierra ejercen la excelencia del oficio, no solo de periodista, sino también el de panameño que, entre resentidos y entusiastas de la ignorancia, se va haciendo cada vez más difícil.
