La situación política panameña es cada vez más triste, confusa y preocupante. Estamos presenciando los últimos estertores del partido político más grande del país por número de adherentes, que hoy se precipita en caída libre. Su dirigencia no ha comprendido que carga sobre sus hombros una gran responsabilidad en la degradación de la clase política panameña.
No se vislumbra en su horizonte ningún acto de contrición, ninguna señal de conciencia sobre el daño causado. La ideología que alguna vez los inspiró —la socialdemocracia— ha sido desplazada por la ambición personal y el clientelismo. En la Asamblea Nacional, sus figuras más visibles se exhiben con desdén hacia el país, incapaces de reconocer la magnitud del deterioro moral que ellos mismos impulsaron.
Dan pena. Porque han convertido lo que pudo ser un instrumento de justicia social en una maquinaria de corrupción que corroe las instituciones y degrada la esperanza nacional.
Próximamente celebrarán elecciones internas, pero no se percibe en el panorama ningún liderazgo capaz de expresar un genuino deseo de recuperar los valores éticos y morales indispensables para rescatar la política de su crisis. Sin una autocrítica profunda y sin voluntad de reforma, seguirán perdiendo militantes, destruyendo las posibilidades de resurgimiento de la cultura democrática y socavando las instituciones del Estado.
Más grave aún es su actuación en el Órgano Legislativo, donde su bancada parece existir únicamente para obstaculizar toda iniciativa que devuelva a los ciudadanos la confianza en la política y en sus representantes.
En la sociedad panameña se percibe una creciente decepción y un hartazgo generalizado hacia la clase política. Y cuando un pueblo se cansa de ser ignorado, las reacciones pueden volverse incontrolables.
“Han convertido lo que pudo ser un instrumento de justicia social en una maquinaria de corrupción.”
“Cuando un pueblo se cansa de ser ignorado, las reacciones pueden volverse incontrolables“.
El autor es exdirector de La Prensa.


